Esta semana fallecía el poeta comunista Marcos Ana. En una entrevista de hace un año comentaba que en la Transición se apostó por pasar página «sin haberla leído». Santos Juliá ha leído despacio esas páginas de nuestra Historia como puso de manifiesto en el Congreso Internacional, Pensamiento crítico y ficciones en torno a la Transición (1975-2016), celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Juliá quiso dar respuesta a una inquietud: ¿desde cuándo los españoles sintieron la necesidad de un período transicional? Afirmó con contundencia: «La Transición no es historia, aún es política».

Según documentó, previa a la Transición, hubo una serie de propuestas transicionales, una trayectoria y una reivindicación de los españoles desde la Guerra Civil. Proyectos como el Período de Transición de 1937, llevado adelante desde París por los llamados «Comités por la paz civil y religiosa»; como la propuesta de 1948 abanderada por Gil Robles, entre otros; o como el llamado Régimen Transitorio, también de finales de los 40. En 1962 estas propuestas desembocan en el Congreso de Munich: «la primavera de la Transición», según el último estudio de Jordi Amat.

La Transición fue un marco por el que se venía abogando. El problema fue que la dirigió un gobierno que venía de la dictadura. No hubo ni ruptura ni reforma. Santiago Carrillo le puso nombre: «Ruptura pactada». En el 76, la Ley para la Reforma de Suárez no iba a reformar nada, sino a dar legitimidad a unas Cortes constituyentes que dieran cabida a la Constitución. Una nueva generación de politólogos en los años 80 y 90 proyectaron la Transición como modelo. Y después la Transición como Transacción: un corrector de debilidades que se materializaban en pactos, como el de la amnistía, el económico y el constitucional para el futuro.

Pero se dejaron abiertos y sin resolver dos asuntos importantes: la cuestión nacional y la reparación y reconocimiento de las víctimas de la dictadura. En 1993, el pasado vuelve a ser parte del debate electoral con dos reproches: ¿Qué pasó con los vencidos? y ¿qué pasa con la constitución del Estado? Estos asuntos deslegitiman para algunos el proceso transicional y los nacionalistas aducen que la Constitución se ha quedado estrecha. La Transición se empieza a percibir como asimétrica, cobarde y culpable de lo que está sucediendo, que con la crisis económica se agrava.

Con este sustrato, continúa Juliá, surgen gritos como «abajo el régimen» y «no nos representan». Podemos articula un nuevo discurso que sigue la cadena equivalencial de Laclau: Transición = Régimen = Bipartidismo = Corrupción = Crisis. Podemos comenta que la vieja política apela al «espíritu pacífico de la Transición» para que la gente no se movilice. Ciudadanos, en cambio, recurre al consenso logrado en la Transición para reivindicar su postura de pactos. La Transición sigue viva y se re-significa a partir de la política del presente