No por casualidad la historia surgió en Mesopotamia, la zona ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, y las grandes civilizaciones de la antigüedad se desarrollaron a orillas de los ríos Nilo, Indo y Amarillo. Varios milenios después, ciudades europeas como París, Londres, Moscú, Roma, Viena, Lisboa y Praga se ubicaron a orillas de grandes ríos porque el agua es imprescindible para la vida y los cursos de agua resultan excelentes vías de transporte.

¿Cómo ha cambiado el papel del agua en el cuerpo humano desde la época en la que se desarrolló la escritura cuneiforme en la antigua Sumer de Mesopotamia? Sus funciones fisiológicas siguen siendo las mismas: es el medio en el que ingerimos los nutrientes, eliminamos los desechos y se desarrollan las reacciones vitales. No obstante, el agua permanece inalterada en la mayor parte de estas reacciones. Tras dejar nuestro organismo el agua se limpia de todas las sustancias que lleva disueltas en el ciclo del agua. Este incluye la evaporación desde ríos, lagos y mares, la condensación en forma de nubes y la vuelta a la corteza terrestre como lluvia, nieve y rocío.

Como es muy estable químicamente, una misma molécula de agua puede realizar este ciclo, que solo implica paso de líquido a gas y de gas a líquido y sólido, innumerables veces. Por ello no es imposible que hoy podamos beber algunas de las moléculas de agua que formaban parte de la orina de nuestros antepasados sumerios, egipcios o del mismo Napoleón.

El hombre ha necesitado usar el agua de lluvia para beber, dar de beber a sus animales y regar sus cultivos a lo largo de la historia, pero esta situación ha cambiado drásticamente en el último siglo: ya no necesitamos esperar a que llueva y se llenen los manantiales para tener agua limpia. La potabilización del agua, junto con los antibióticos y las vacunas, son los principales responsables de que la esperanza de vida del ser humano se haya multiplicado por más de dos en menos de cien años. Esta revolución del agua ha tenido beneficios adicionales para las mujeres porque las ha librado de una maldición. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, se condenó a los hombres a ganar el pan con el sudor de su frente y a las mujeres a parir a sus hijos con dolor; pero ya en el relato bíblico las mujeres sufrían otro castigo: eran las encargadas de acarrear el agua desde fuentes, pozos o ríos.

¿Cómo hemos podido librarnos las mujeres del primer mundo de esta maldición que aún pervivía a mediados del siglo pasado en pueblos españoles como el mío, en Jaén, en el que el sonido de las risas y trifulcas de las mujeres con cántaros en la fuente de la plaza llenan mis recuerdos de infancia? Gracias a los químicos que han diseñado procesos eficientes y baratos para lavar el agua con la inestimable ayuda de la pequeña molécula de cloro, y a los ingenieros que han dotado nuestras ciudades de redes de canalización de agua potable.

La necesidad de usar cloro, un potente biocida, se debe a que el agua es la matriz de la vida pero no solo humana, sino de muchos microorganismos causantes de enfermedades que pueden llegar a ser mortales. Una de las tareas de los químicos es añadir al agua una cantidad de cloro suficiente para acabar con los bichos malos sin que nuestra salud se vea afectada. Eso no es demasiado difícil, porque como nosotros somos unos bichos mucho mayores, las cantidades de cloro necesarias para hacernos daño habrían de ser mucho más grandes. Este carácter de biocida hace que el cloro también se emplee como desinfectante de piscinas, aunque bañarnos en un agua sin cloro no entrañe riesgos serios para la salud.

Pero esta revolución del agua no es todavía universal. Entre las múltiples carencias de algunos países en vías de desarrollo o de otros afectados por conflictos armados, una de las más dramáticas resulta la falta de agua potable, por lo que la vida de millones de niñas y mujeres se consume estérilmente en el acarreo de agua. Lo peor es que ese agua en muchos casos no está limpia, por lo que desafortunadamente las enfermedades transmitidas por el consumo de agua no potabilizada continúan siendo la principal causa de muerte en el mundo.

Por ello, cuando empleemos agua potable para beber, cocinar o ducharnos, recordemos que disfrutamos de este privilegio extraordinario por primera vez en la historia, celebrémoslo no malgastándola e intentemos ayudar a los que aún no disfrutan de la maravilla que es tener agua limpia con solo abrir un grifo.

*Catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla.