A diario una de nuestras tareas es la de identificar dónde está la impostura. No es nada fácil ni la destreza va acompañada de título académico alguno, en realidad no hay trabajo más difícil que el de conocer al ser humano. Ha resultado más sencillo llegar a la luna que desentrañar qué cosas y por qué generan nuestra sonrisa aliviando el peso del tiempo que, según transcurre, marca registro del aumento de las pérdidas y ausencias.

Las ciencias (léanse las empíricas) con sus métodos inexorables tienen abierto el camino del avance y el éxito. Muy diferente es el papel y el destino del arte y las humanidades, de artistas y humanistas que, si en verdad nunca fue fácil, tampoco nunca fue tan difícil. No en España, no en Aragón, no aquí.

Mucho me temo que algo tiene que ver en ello el destacado papel asignado a la impostura. Acostumbrados y hasta aburridos de escuchar, leer y ver a diario el discurso de nuestros dirigentes (porque dirigentes son aunque no tengan del todo claro hacia donde nos dirigen) resulta cada vez más difícil separar en sus discursos el trigo de la paja, ardua labor cuando apenas pesa el trigo. Todo se deja para la Economía y el Derecho, faltos de cualquier fundamentación material sólida, se confía en las cuentas y en las normas para que todo sea justificado y justificable, todo defendible y vendible, más allá de cualquier indicio razonable de sensatez, responsabilidad y equilibrio que no sea el presupuestario.

Buena parte de los estudiantes de Derecho, al principio sobre todo, identifican derecho y justicia, tardan en darse cuenta y reconocer que la enorme complejidad de las estructuras e instituciones públicas y privadas unida al uso espurio de las leyes no han hecho sino aumentar la distancia, a veces ya enorme, entre el derecho y la justicia. En buena medida es lógico que tarden en percatarse, pues aceptarlo es admitir una derrota.

No hace falta que quienes lo manejen, sea para crearlo, aplicarlo o interpretarlo sean inteligentes, ni siquiera perversos, en manos de medianos y mediocres el Derecho es un arma peligrosa: lo suficientemente útil como para encumbrar intereses no confesables y lo suficientemente aceptada como para conseguirlo a cuenta de la legitimidad que se le confiere. No todo lo que proviene del derecho es justo, ni injusto resulta siempre lo que a su margen queda, pero la novedad reside en que ese anunciado divorcio en aquellas sociedades sin espacio para principios democráticos como la libertad y la igualdad ha llegado también a aquellas otras en que sí se había conseguido para ellas un papel privilegiado.

Estirar y retorcer la letra sobre el papel y el texto sobre el contexto han traído como resultado el de ahogarnos a todos en disposiciones, reglamentos y formularios: parapeto de decisiones, aplazamiento de reflexiones. Así las cosas, unos y otros, los que se han ido a construir un futuro fuera y los que, para lo mismo, se han quedado comparten en realidad más de lo que a simple vista parece: la necesidad de rehabilitar nuestro país y el valor de empezar de nuevo.

Profesora de Derecho de la Universidad de Zaragoza