Baltasar Garzón ha descubierto los horrores del franquismo con muchos años de retraso; ocurre a menudo con quienes no ejercieron la rebeldía en época apropiada. La demora en tomar conciencia de lo que significó la dictadura promueve en ocasiones cierta fascinación por la barbarie. En el caso de Garzón está traducida por su especial mitomanía para erigirse en salvador de todas las causas que pasan cerca de la Audiencia Nacional.

Su inventario para la gloria no tiene límite. Los destrozos de esta última iniciativa son memorables. Forman parte de una trayectoria en la que es difícil encontrar mesura y normalidad. Esa formidable normalidad de la generalidad de los jueces que hacen discreta, honesta y sencillamente su trabajo renunciando a la aureola legendaria de salvadores.

No hay atenuantes para la última iniciativa de Garzón. Nada de lo que escribe en su último auto le era desconocido cuando inició este proceso a ninguna parte. Sabía entonces de sobra que el dictador Franco y todos los golpistas que le acompañaron están muertos. La parodia disfrazada de trámite procesal de exigir el certificado de defunción del dictador resulta, sencillamente, patética. No le ha importado dejar en el camino a quienes confiaron en él. A las víctimas que en su anhelo están dispuestas a apoyar cualquier procedimiento para colmar sus derechos. A los intelectuales orgánicos que apostaron por este procedimiento por agradecimientos debidos o por adhesiones al pensamiento elemental instalado en España que determina siempre que la espuma es más importante que el fondo. Pretendían que la calidad exigida a un antifranquismo retroactivo y militante que está de moda exigía apoyar a Garzón en su transgresión al Estado de Derecho.

Garzón se despacha dando indicaciones para que otros jueces sigan su ejemplo. De repente ha descubierto también que el franquismo manipuló a los niños. El problema de Garzón, que tiene edad como para haber tenido noticia de la dictadura en su juventud, es que siempre piensa que es el primero en descubrir las causas pendientes de la humanidad. A partir de ahora, con el ridículo que ha hecho, sus palmeros serán más prudentes en acompañar al juez salvador en sus próximas aventuras, que las habrá, porque la telenovela de Garzón todavía no ha terminado. Periodista