Aunque a los conductores que salgan estos días a la carretera les pueda caber el consuelo de que esta será la Semana Santa con los combustibles más bajos de los últimos tres años, este dato no puede solapar otro mucho más importante, sobre todo en el contexto de pérdida de capacidad adquisitiva que sufren la inmensa mayoría de los españoles: los márgenes comerciales del sector de los carburantes han crecido durante la crisis y se sitúan entre los más altos de Europa. No hay ninguna justificación racional ni razonable al hecho de que el mes de febrero el margen de beneficio en la venta de gasolinas y gasóleos creciera el 8,6% y el 6,5%, respectivamente, en relación con el mismo mes del 2013. En enero pasado, el diferencial aún fue más acusado, el 25%.

No hay ninguna justificación, pero sí una explicación: el retraso deliberado del sector de los combustibles en trasladar al consumidor el descenso de precios en los mercados del petróleo. Es lo que se conoce como efecto pluma, por la lentitud en acompasar ambas oscilaciones. Justamente lo contrario del efecto cohete, el que resulta de aplicar de inmediato alzas del precio de venta al público a carburantes que se tenían en estoc comprados a un precio inferior. Una doble anomalía que hasta hace poco estaba acompañada de otra más, el efecto lunes, por el que las gasolineras bajaban los precios ese día de la semana porque era el que las autoridades de la Unión Europea recogían los datos para los cuadros estadísticos comparativos entre los distintos países miembros. Toda una práctica propia de la peor tradición de la picaresca.

La economía española, muy liberalizada en los últimos lustros, sigue teniendo reductos en los que, más que un proteccionismo del Estado por tratarse de actividades estratégicas --y la distribución y venta de combustible lo es--, lo que existe es un oligopolio de hecho. Y eso no es admisible en una sociedad que quiere ser moderna y competitiva. Es posible que el sector de los carburantes deba amortizar las notables inversiones realizadas en los últimos años en la red de gasolineras, pero no puede hacerlo a base de sumar de forma poco clara céntimos de más al precio adecuado del combustible, igual que los tenderos poco honrados pero astutos que siempre juegan a su favor con el peso de los productos. Puede que no sea ilegal, pero es claramente ilegítimo y ventajista.