Todo apunta en la misma dirección: los políticos siguen ocupando los primeros puestos en los problemas de los españoles. Estos, asisten cada día al destape de múltiples casos de corrupción y no creen que los responsables de los partidos sepan cómo salir de esta. Enfrente y en el ámbito de la izquierda, distintas iniciativas piden a gritos otra forma de hacer política. ¿Qué es lo que está cambiando?

Un estudio atento de los últimos datos del CIS, de Transparencia Internacional o del Eurobarómetro nos puede dar algunas pistas. Si nos centramos en el primero, veremos a las claras el duro castigo a los dos principales partidos. El PP, sufriendo un retroceso de 12 puntos porcentuales respecto a las elecciones de 2011, paga en las encuestas el precio de una política neoliberal dirigida a conservar los privilegios de quienes siempre han conseguido surfear la ola.

Los motivos para la preocupación no son menores para el PSOE, que debería entender ya que su suelo está por debajo de los resultados de hace dos años, como lo demuestra la continua pérdida de apoyos sin ni siquiera poder agarrarse al consuelo de culpar del desgaste al hecho de estar en el gobierno, atrapado por la "ética de la responsabilidad". Así, los dos grandes partidos sobre los que ha pivotado la política en España apenas alcanzan, juntos, el apoyo de la mitad del censo electoral. Y aunque todos los titulares resaltan el incremento de votos que pueden recibir partidos como Izquierda Unida o UPyD, ese salto tampoco es capaz de recoger las pérdidas de los anteriores.

A nadie se le escapa que el problema no es de uno u otro partido, sino del descrédito de la política, del agotamiento de un modelo de partido que no ha sabido conectar con la sociedad para entender lo que pide a gritos, y en definitiva, del fin del pacto social suscrito en la Transición que intentaba garantizar la estabilidad política generando dos grandes bloques izquierda/derecha en un contexto europeo de Estado de Bienestar.

La gravedad del problema reside en que, hasta la fecha, los partidos políticos son el puente que hace posible la representación de los representados por los representantes, y esta relación es la que construye la democracia representativa. La profundidad de la crisis es tal, que flacos favores harán a la democracia aquellos que hagan suya la célebre sentencia de Lampedusa en El Gatopardo de "cambiar algo para que nada cambie". Porque ojalá fuera tan sencillo como elegir a los candidatos por primarias o simulacros de las mismas; ojalá la relación entre representantes y representados se fortaleciera por poder votar en listas abiertas; ojalá la transparencia de los partidos se garantizara en una ley...

MUCHO ME TEMO QUE, aún siendo todas importantes y necesarias, ninguna de estas propuestas por sí sola sirve para poner en marcha la profunda regeneración política que necesitamos. Dos hechos me llevan a esta conclusión: en primer lugar, la gran brecha entre ciudadanía y representantes que no deja de crecer y que se confirma en sondeos, estudios y conversaciones de café. No olvidemos que el 15-M creció bajo el "no nos representan". Y por otro lado, la intuición cada vez más confirmada de que, incluso quienes empiezan a poner en marcha medidas en esta dirección, no lo hacen desde el convencimiento ni desde la apuesta por el fortalecimiento de la democracia, sino desde posiciones tacticistas y la percepción de "no poder decir que no".

Hace unos días leía unas declaraciones de Pérez Rubalcaba en las que, traicionado por su subconsciente, dice refiriéndose a las primarias del PSOE y la negativa de otros partidos a convocarlas que "si alguien piensa que los otros aguantarán, se equivoca". El secretario general del PSOE está entendiendo que no puede no hacer algo parecido a lo que plantearon sus homólogos franceses, pero esa idea de aguante y resistencia frente a los más mínimos gestos de apertura demuestra que no ha acabado de percibir la profundidad de la crisis.

Mientras esto sucede, iniciativas variadas y con matices distintos --¡sí, solo matices !-- nacen cada semana: el partido X, el Foro Cívico, Equo, y recientemente Podemos, son el signo inconfundible de que se está pidiendo a gritos otro modelo de partido y otra forma de hacer política. Ulrick Beck advertía hace poco en una entrevista que los partidos políticos al uso son un producto del Estado nación, que ahora se encuentra cuestionado, y que los nuevos actores del discurso político están moviéndose en redes que funcionan con lógicas distintas.

¿Hasta dónde pueden influir estas opciones en la construcción de una nueva forma de hacer política? Somos muchos los que basculamos entre el escepticismo y la esperanza viendo cómo pueden evolucionar cada una de estas iniciativas, pero lo que parece ya fuera de toda duda es que las piezas del tablero están empezando a cambiar y eso definirá nuevas reglas del juego. Al menos, mientras las nuevas opciones se muestren nítidamente distintas de fenómenos populistas como el del italiano Beppe Grillo, de los que nuestro país no está, ni muchos menos, a salvo.

Politóloga