Una pareja de gatos puede tener 14 crías el primer año, de las que nacerán 170 en el segundo, 1.950 en el tercero, 22.500 en el cuarto, 260.000 en el quinto, etc, etc. Su reproducción es rápida y eficaz porque las gatas ovulan permanentemente, razón por la que los egipcios tenían una gata como diosa de la fertilidad. Y es por eso también que las colonias de gatos en Zaragoza se han triplicado en los dos últimos años, porque por buena política animalista que se haga y por mucha voluntad que se ponga resulta imposible capturar y castrar a todos los gatos callejeros para controlar las colonias. No voy a entrar en detalles: primero porque me aburre el discurso mascoterista, y segundo porque estoy harta de que me manden con cajas destempladas a ver la mininada del Coliseo romano. He visto los gatos de Roma tan bien cebados como los del Teatro Romano de Zaragoza, que digo yo que qué necesidad tienen de cazar roedores para alimentarse si ya les sirven un pienso exquisito desayuno, comida y cena. Y he visto los de Nueva York, que estos sí trabajan porque han logrado reducir las colonias de ratas pero se han asilvestrado de tal manera que llegan a ser un peligro público. Los gatos, no las ratas. El caso es que en uno de los principales monumentos de Zaragoza, cuya restauración nos costó 12 millones, los gatos campan a sus anchas, y cuando Apudepa o el Departamento de Ciencias de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza alertan sobre los daños que producen, los radicales animalistas, incluido el Gobierno municipal, tratan de ignorantes a los mismísimos científicos. H *Periodista