Las voces más contundentes comienzan a plantear en Estados Unidos la eventualidad de un impeachment o destitución de Donald Trump antes de que concluya la legislatura para la que ha sido democráticamente elegido. De repente, como que dicha posibilidad no es un imposible. Él mismo, sin ir más lejos, la está haciendo factible.

Los ataques fulminantes y sostenidos del nuevo presidente contra las minorías, otros países, o contra los medios de comunicación han invitado a diversos dirigentes, de diferentes naciones, a compararle con Hitler o con otros dictadores que en el mundo han sido.

En principio, la comparación puede parecer excesiva, pues la deriva de cualquiera de ellos parecería mucho más difícil de encauzar en un país, como EEUU, donde las libertades están hondamente establecidas y el ejercicio de la democracia es un patrimonio nacional. Pero, de un tiempo a esta parte, con las globalizaciones, con las crisis, las conciencias se han estilizado, los escrúpulos han desaparecido y la tonante voz de los intransigentes se oye con más fuerza, llegando a nuevos espacios durante mayor lapso de tiempo.

En el caso de Trump, que es el más claro, debe defenderse desde los medios de comunicación la difusión de sus voces y decretos, aunque ofendan o discriminen a los ciudadanos y a los propios medios. El inquilino de la Casa Blanca puede decir lo que quiera, cuándo y como quiera, con la seguridad de que no será vetado, silenciado. Otra cosa sería que, porque así lo pretendiera, fuese aclamado, jamás criticado; cosa bien distinta que manipulase a los medios con noticias falsas o interesadas interpretaciones de la realidad. Llegados a ese punto, se encontraría con una guerra de papel, y tal vez con el impeachment, pero en ningún caso deberemos confundir a Trump con las instituciones de su país. Los valores de Estados Unidos que reclamaba Obama deben seguir vigentes.

Como vigente sigue una de las novelas emblemáticas de George Orwell, Rebelión en la granja, que releo admirado de su modernidad y confortado por sus citas. La principal, al pelo de Trump, la de Voltaire, que mataría, dijo, por defender la expresión pública de ideas que odiaba. O como aquella otra clarividente sentencia de Rosa Luxemburgo: «La libertad es la libertad de los demás».

Principios contra fines, palabra contra grito, razón contra odio.