El fútbol tiene ese componente mágico que le hace convertir en posible lo improbable. El factor sorpresa también juega y el pez pequeño no siempre sucumbe ante el grande. En fútbol, dos y dos a veces no son cuatro y la lógica no es invencible. Dinámicas, rachas y trayectorias inmaculadas pueden irse al garete en hora y media y estados de ánimo por las nubes pueden tardar ese mismo tiempo en venirse abajo. Bien lo sabe el Zaragoza, ese poderoso equipo capaz de enlazar seis victorias consecutivas y auparse a la zona noble de una clasificación cerrada por el filial del Sevilla, virtualmente descendido a segunda B e incapaz de ganar un partido desde hace meses.

El escenario era el idóneo para el suma y sigue. Nadie daba medio euro por los de Tevenet y las casas de apuestas pagaban fortunas por la victoria andaluza. Lógico. Pero el fútbol volvió a poner firme a la evidencia. No solo ganó el Sevilla sino que mereció golear. Diezmado por lesiones, sanciones y selecciones y ante un rival con su equipo de gala y sin otra aspiración que el propio juego, los andaluces bailaron a un Zaragoza semejante al de hace un par de meses y demasiado lejos del más reciente.

Con todo, la derrota no es lo peor. Y eso que aleja una ocasión inmejorable de soñar con llegar a lo más alto. Y eso que acaba con una dinámica extraordinaria y estropea la poderosa imagen de un equipo que había hallado el camino. Y eso que devuelve esa horrorosa sensación de frustración a un zaragocismo que ayer se frotaba los ojos porque no se creía lo que veía. Cansado, pesado, superado y torpe, ese no era su Zaragoza. Pero, decía, hay algo peor que sufrir semejante revés con la mano abierta en plena carcajada: no saber levantarse y quedarse llorando en el suelo, justo lo que viene haciendo el equipo aragonés durante toda la temporada.

A los números me remito. El Zaragoza no ha sido capaz de ganar un solo partido cuando el rival se ha adelantado en el marcador, algo que ha sucedido en diez ocasiones. De hecho, apenas ha sumado tres empates (ante el Granada en la Romareda y en los campos de Sevilla Atlético y Oviedo, donde sí mereció el triunfo). El resto -en Tenerife, Huesca, Almería y Valladolid y en casa frente a Alcorcón, Cádiz y Sevilla Atlético- siempre mordió el polvo porque fue incapaz de reaccionar a ese primer mamporro. Ni una sola remontada completa.

Precisamente, la gran racha de los de Natxo se asienta sobre una excelente fortaleza cuando ha sido capaz de marcar primero. Sólo en Lugo y Granada no consiguió sumar tras haberse adelantado. La última vez que recibió antes de dar había sido hace tres meses en Zorrilla, así que el tanto de Mena se convertía en la gran prueba de fuego para averiguar si, al fin, el Zaragoza había adquirido el carácter y la personalidad necesarios para sobreponerse a la adversidad. Pero no lo hizo. Esa dosis extra de frustración es una noticia mucho peor que cualquier derrota. Por muy doloroso que sea caer ante el desahuciado colista.

Ahora resta por conocer si el tremendo bofetón deja secuelas serias. Otra cuestión de carácter a examen ante la Cultural que contribuya a esclarecer si realmente el león es tan fiero y sabe curar sus heridas.