Qatar parece haber salido reforzada del bloqueo que ha sufrido en el último año. El ultimátum del Cuarteto árabe (dirigido por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos y secundado por Baréin y Egipto) no ha surtido los efectos esperados, ya que no ha logrado modificar la política exterior qatarí, que se ha adaptado a la nueva situación tejiendo complicidades con actores clave en la región (sobre todo Irán y Turquía), ni mucho menos cuestionar el liderazgo del emir Tamim, cuya popularidad ha aumentado de manera considerable entre la exigua población qatarí (apenas 300.000 nacionales). Tampoco EEUU y la UE han abandonado a su suerte al segundo exportador de gas del mundo tras Rusia, y han apostado en todo momento por una solución negociada de la crisis, lo que ha sido determinante para que la sangre no llegue al río.

A pesar del férreo bloqueo terrestre, marítimo y aéreo al que ha sido sometido en los últimos 12 meses, Qatar ha logrado mantenerse a flote en unas circunstancias sumamente adversas, lo cual debe considerarse un éxito. Debe tenerse en cuenta que este pequeño emirato importaba un 40% de los productos que consumía de Arabia Saudí y, de la noche a la mañana, se ha visto obligado a buscar vías alternativas de abastecimiento. El hecho de que la economía qatarí vaya a crecer este año cerca del 3% parece indicar que lo peor ha pasado. Obviamente, el alza del precio de los hidrocarburos en los últimos meses ha dado un balón de oxígeno al emirato para afrontar el futuro con cierto optimismo.

Si bien es cierto que Qatar ha logrado orillar la crisis, no lo es menos que las tensiones con sus vecinos siguen latentes. Muhamad bin Nayaf y Muhamad bin Salman, príncipes herederos de Emiratos y Arabia, respectivamente, siguen considerando a Qatar como una amenaza para su liderazgo regional, por lo que mantienen la presión sobre el emirato. Ambos recelan de la capacidad de influencia de Al Jazeera, el canal de televisión qatarí que es el más visto en la franja de territorio que va desde Marruecos a Irak. Además, consideran que Qatar sigue respaldando a su particular bestia negra: los Hermanos Musulmanes, organización a la que acusan de todos los males que azotan Oriente Próximo. Peor aún, ambos líderes interpretan que Qatar ha contribuido a la desestabilización de la zona mediante la financiación de diversos grupos yihadistas, acusación que no deja de llamar la atención precisamente por provenir de dos países a los que también puede formularse la misma acusación.

La perduración del bloqueo no beneficia a nadie, salvo quizás a Israel. Destacados analistas qataríes coinciden en señalar a dicho país como el cerebro gris del embargo con el que pretende forzar al pequeño emirato a replantear su política exterior y, en particular, cesar su respaldo a la cuestión palestina y alejarle de Irán. Es sabido que Qatar ha financiado a Hamás y ha acogido en su territorio a su máximo dirigente: Jaled Mashal. También ha abierto sus puertas al intelectual palestino Azmi Bishara, que llegó a ser miembro de la Knesset antes de ser acusado de alta traición por Israel, que además ejerce como consejero áulico del emir Tamim.

Siempre se ha negado Qatar a adoptar una posición beligerante hacia Irán, ya que ve prioritario mantener una relación de buena vecindad con el país con el que comparte la explotación de la mayor reserva de gas licuado del mundo. Doha no obtendría ningún beneficio por secundar la estrategia frentista de Arabia Saudí hacia Irán y, sin embargo, tendría mucho que perder en esta guerra fría que libran Riad y Teherán por la hegemonía en Oriente Próximo.

Por último es importante resaltar que los príncipes herederos saudí y emiratí forman parte de una nueva generación de líderes que consideran que la cuestión palestina se ha convertido en una pesada carga que limita su margen de maniobra, ya que les impide unir fuerzas con Israel para combatir a su principal enemigo: Irán. De hecho, la prioridad absoluta de ambos países es contener a Irán, que ha aprovechado el caos producido por la ocupación americana de Irak en el 2003 y el desconcierto generado por la primavera árabe del 2011 para expandir su órbita de influencia. La explosiva situación en Irak, Siria, Líbano o Yemen ha permitido a Teherán acudir en ayuda de sus aliados regionales y movilizar una serie de milicias sectarias que han logrado un significativo peso en dichos países.

*Profesor de Estudios Árabes de la Universidad de Alicante y coordinador de Oriente Próximo en la Fundación Alternativas