Hace unos días, el presidente del PP y de la Diputación de León, Juan Martínez Majo, en relación al máster de Cristina Cifuentes señaló que debería circunscribirse a «la obtención de un título académico» y no extenderse a su gestión al frente de la Comunidad de Madrid, y convencido apuntilló: «Vale, no tiene el máster. ¿Cuál es el problema?»

Desde la perspectiva de la ética son incomprensibles tales palabras de un representante público. ¡Ojo! Que no es un militante de base del PP, es la máxima autoridad del PP en la provincia de León. El verdadero problema está en aducir: ¿Cuál es el problema? Esto significa que nuestra democracia tiene un grave problema. Servirse de una universidad pública para incrementar ilegalmente el currículo académico, es de una gravedad manifiesta. No es una cuestión intrascendente. ¿Pero en qué mundo vive este señor? ¿No se entera que estos títulos a la gente normal les supone mucho esfuerzo y costo económico? ¡Vaya ejemplaridad! Le vendría muy bien cursar Educación para la Ciudadanía, asignatura que su partido eliminó, al considerarla innecesaria; y la lectura del libro Ejemplaridad pública del filósofo Javier Gomá, en el que aparecen unas reflexiones muy oportunas en nuestro panorama político.

Toda vida humana es un ejemplo y, por ello, sobre ella recae un imperativo de ejemplaridad: obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando en él un impacto civilizatorio. Este imperativo es muy importante en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve si es positivo para cohesionar la sociedad, y si es negativo para disgregarla y atomizarla. El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Las instituciones públicas han sido conscientes o deberían serlo del efecto multiplicador para potenciar la convivencia de determinados modelos públicos. Los políticos, sus mismas personas y vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Como autores de las fuentes escritas de Derecho -a través de las leyes- tienen el monopolio estatal de la violencia legítima y ejercen un dominio muy amplio sobre nuestras libertades, derechos y patrimonio. Y como son muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los gobernados y se convierten en personajes públicos. Sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada.

Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo aquello que no esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten y que no contradigan un conjunto de valores estimados por la sociedad a la que dicen servir. No es suficiente con que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. Si los políticos lo fueran, serían necesarias muy pocas leyes, porque las mores cívicas que provendrían de su ejemplo, haría innecesaria la imposición por la fuerza de aquello que la mayoría de ciudadanos estarían haciendo ya con agrado.

Saint-Just ante la Convención revolucionaria denunció «Se promulgan demasiadas leyes, se dan pocos ejemplos», circunstancia que no ha cambiado en la actualidad. Con la democracia liberal, se acrecienta todavía más la necesidad de la ejemplaridad del profesional de la política. Además de responder ante la ley, es responsable ante quien le eligió. Frecuentemente, observamos que un político sin haber cometido nada ilícito se hace reprochable ante la ciudadanía, por lo que debe dimitir y se hace inelegible, al haber perdido la confianza de sus electores. Mas la confianza no se compra, no se impone: la confianza se inspira. Mas, ¿qué es una persona fiable? La confianza surge de una ejemplaridad personal, o lo que es lo mismo, la excelencia moral, el concepto de honestum. Cicerón en su tratado Sobre los deberes, nos lo define como un conjunto de cuatro virtudes: sabiduría, magnanimidad, justicia y decorum (esta última es la uniformidad de toda la vida y de cada uno de sus actos). Es evidente hoy que esta ciceroniana uniformidad de vida, incluyendo la rectitud en la vida privada, es determinante en la generación de confianza ciudadana hacia los políticos.

Pienso que el ínclito, Juan Martínez Majo, es el paradigma de muchos otros dirigentes del PP. ¡Dios mío en qué manos estamos! Es que todo lo que tocan lo pervierten y lo corrompen. Democracia, gobierno nacional, comunidades autónomas, ayuntamientos y ahora la universidad pública. Todo huele a podrido. Esta cuadrilla son los que pretenden darnos lecciones de patriotismo, colocando banderas en los balcones. Por favor, guárdenlas en los cajones y no la deshonren. ¡Y todo esto lo vamos a consentir los ciudadanos españoles! Ellos ya han perdido la dignidad. Un pueblo que se respete a sí mismo y que defienda su dignidad no puede permanecer impasible ante tantos atropellos y desmanes públicos.

¿Son conscientes los dirigentes populares del daño que han hecho y siguen haciéndolo a nuestra democracia y a la ética pública?.

*Profesor de instituto