Con grandes dificultades, Angela Merkel tejió la actual coalición de Gobierno que sumaba dos debilidades. La de la propia cancillera y su partido, la cristianodemócrata CDU, que vio cómo sus mayorías menguaban elección tras elección, y la del primer partido de la oposición, el socialdemócrata SPD, que había sufrido un gran batacazo en las urnas. Sin embargo, Merkel tenía el enemigo en casa, en el partido hermano de los cristianodemócratas bávaros, la CSU, que ha amenazado con hacer saltar el Gobierno si la cancillera no se aviene a rechazar en las fronteras a refugiados que hayan pedido asilo en otro país europeo. Desde que en el verano del 2015 Merkel abrió las puertas a los refugiados en los días álgidos de la guerra de Siria, le sobran enemigos en su país. Ahora la xenófoba Alternativa para Alemania amenaza la mayoría de la CSU en Baviera, que irá a las urnas en octubre. A Merkel, el resto de países europeos la dejaron sola en aquel agosto del 2015. Ahora, con ella mucho más débil y unos partidos xenófobos mucho más fuertes, no solo está en peligro su Gobierno. Lo está una Europa que no ha querido buscar una solución al reto de la inmigración. Y no parece que la idea de Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, de crear centros de inmigrantes fuera de la UE esté en vías de conseguirlo. Todo lo contrario.

Tras ocho años de rescates, el Eurogrupo retirará el control directo de las finanzas de Grecia y lo sustituirá a partir del 20 de agosto por una «vigilancia reforzada». Las medidas excepcionales que se impusieron en tres rescates sucesivos han provocado heridas incurables en la sociedad griega. El Gobierno de izquierdas de Alexis Tsipras ha sabido conjugar las exigencias de Bruselas y una mínima estabilidad política y económica. El sacrificio de los griegos ha servido igualmente para salvar un proyecto vital para el continente como es la moneda única. Si los mercados hubieran ganado aquella batalla, Europa sería hoy un lugar menos habitable. La lógica del brexit y de los Salvini de turno se hubiera impuesto. La inflación recorrería Europa a ritmo de principios del siglo XX y el empobrecimiento aún hubiera sido peor. Con todo, no hay espacio para sentirse satisfecho. Los deudores pagaron mucho más caros sus errores que los acreedores, que utilizaron su capacidad de influencia en las leyes y en los gobiernos. Grecia, Portugal y, en menor medida, España deben exigir a Europa un orden económico más equitativo. Las reformas que urden Merkel y Macron van en la dirección adecuada: mutualización de la deuda, unión bancaria, presupuesto común, presidente de la eurozona. Más transparencia, más control político de la economía, eso es lo que conviene para evitar en el futuro sufrimientos como el de los griegos.