Después de Venezuela, el nombre que más aparece en la boca de los tres representantes del cinismo neoliberal, Rajoy, Sánchez, y Rivera, es el de Grecia. Pudimos ver en el pasado debate a cuatro cómo, en el afán de descalificar a Unidos Podemos, el resto de candidatos le echaban en cara la política que Tsipras está llevando a cabo en el gobierno de Grecia. Los brutales recortes de pensiones y otras medidas antisociales implementadas por el ejecutivo griego fueron desgranadas con fruición por estos tres candidatos para poner de relieve la distancia entre las propuestas de Pablo Iglesias y la realidad de la política ejecutada por Tsipras.

Sin embargo, en esa argumentación se echan de menos dos consideraciones, íntimamente ligadas. Por un lado, que el ejecutivo griego no hace sino aplicar la política que se le dicta desde Bruselas, por otro, que esa política de rasgos neoliberales, basada en el desprecio a la ciudadanía y el beneficio de las estructuras bancarias y financieras europeas, es, en realidad, la misma política que propugnan PP, PSOE y Ciudadanos en España. Es decir, que, en realidad, al criticar el carácter antisocial de la política griega están descalificando su propia propuesta política, no la de Unidos Podemos. En esa mezcla de cinismo e incompetencia que viene caracterizando en nuestro país a los partidos tradicionales, y a la que con extrema rapidez se ha sumado Ciudadanos, que ha perdido en estos pocos meses cualquier atisbo de esa novedad y frescura que pudo presentar en un primer momento, PP, PSOE y Ciudadanos se dan una patada en su propio trasero por pretender desacreditar al que fuera, en otro tiempo, referente político de Iglesias y Garzón. En realidad, Tsipras, con una pistola en la sien empuñada por los gestores europeos del neoliberalismo, está llevando a cabo una política en las antípodas de lo que en su momento defendió.

La verdadera pregunta es por qué Tsipras ha aceptado realizar ese papel. Por qué Tsipras, tras ganar el referéndum con más de un 60% de apoyo del pueblo griego, una cifra insólita, dio un paso atrás y decidió aplicar la política del enemigo. Enemigo, con todas las letras, pues la Troika, a partir de ese momento, tuvo un objetivo adicional al meramente económico: humillar al gobierno y a los ciudadanos griegos, dejarles claro quién manda y, de ese modo, lanzar un mensaje a otros países de Europa, entre ellos España. Hay que recordar que fueron los socialistas helenos los primeros en plantear un posible referéndum en su país; y quien no tenga muy flaca la memoria podrá recordar la airada respuesta no solo de los poderes europeos, sino de toda la prensa del sistema: qué desfachatez, pretender que la gente vote.Quizá la respuesta a la pregunta por el papel de Tsipras la podamos encontrar en la ingenuidad de pensar que, aplicadas por una fuerza de izquierda, las durísimas medidas europeas resultarían menos duras. Es como pensar que la tortura aplicada por un amigo pueda doler menos. Hace meses escribía aquí mismo que no entendía la opción de Tsipras. Y reconozco que sigo sin entenderla.

Y no la entiendo precisamente por lo contrario de lo que argumentan, cansinamente, PP, PSOE y C's, porque supone aplicar la política contraria a la defendida en otro momento por Tsipras y con la que están de acuerdo las mencionadas fuerzas políticas. Para ellas, Grecia se ha convertido en una especie de orgasmo político, por cuanto han obligado al enemigo a hacer su propia política y encima se puede permitir el lujo de zurrarle de lo lindo, a él y a sus referentes políticos en España, por llevar a cabo una política de carácter antisocial. En realidad, Grecia, lejos de simbolizar lo que nuestra clase política neoliberal pretende, expresa, por un lado, el revanchismo de los señores frente a las pretensiones del pueblo, y por otro, el profundo fracaso social de las políticas neoliberales. Fracaso relativo, claro, pues el neoliberalismo nunca pretendió desarrollar políticas sociales, gobernar para la mayoría social, sino profundizar, con la excusa de una crisis promovida desde su propio seno, en las desigualdades e incentivar el beneficio de los poderosos. Las cifras, a diferencia de los discursos, no mienten.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.