La crisis de representatividad política no deja de avanzar. Ha logrado incluso gripar al mismísimo motor (que no corazón) de la UE: Alemania. En su momento, Europa zanjó y superó sus guerras en torno a un modelo de protección y de derechos de sus ciudadanos en sus respectivos países al que llamó Estado de bienestar. Sin embargo, con el paso de los años, la UE ha seguido una hoja de ruta no social sino neoliberal, priorizando un marco desregularizado diseñado para lobistas que ideológicamente se llamó pensamiento único, y que nos vendieron como única alternativa, tal como popularizó Thatcher. Desde entonces, la socialdemocracia, con tal de tocar poder, no dejó de hacer renuncias hasta perder su razón de ser y llegar a formar parte de gobiernos conservadores de gran coalición, una opción que solo ha desembocado en su fracaso.

La cuestión es que hemos llegado a un punto en que la democracia se ha resentido. Hoy, Angela Merkel, otra dama de hierro que impuso la austeridad como receta europea, es incapaz de formar gobierno en su propio país, con 65 escaños menos desde los comicios de septiembre. No solo por la negativa de los socialistas del SPD, que han caído hasta el 20% de sufragios tras apoyar al centro-derecha, sino porque los liberales también recuerdan cómo aquella alianza CDU/CSU del 2009 al 2013 les costó entonces el 60% de sus votos y quedar fuera del Parlamento.

Pero si la potencia hegemónica europea se puede ver abocada a repetir elecciones, que da idea de su dirección equivocada, a quien aspiraba a reconstruir el eje franco-alemán de antaño, Emmanuel Macron, no le va mucho mejor. Presentado como un tecnócrata superador de la diferencia derecha/izquierda y liderando una opción europeísta sin las ataduras de un partido detrás, su popularidad descendió en apenas cien días del 43% de junio al 30% de septiembre con sus primeras medidas.

Mientras, en España la democracia se limita y acostumbra a continuas citas adelantadas con las urnas (ahora toca Cataluña). Un ejercicio non stop de electoralismo territorial de brocha gorda, con mayor voluntad de excluir que de pactar, clamorosa ausencia de programas socioeconómicos y festival de bloqueos y retrasos en la sede de la soberanía nacional: el Congreso. Eso sí, hay quien más o menos ha logrado sus objetivos. Lo dice Guillem Martínez: «Si el procés nació, gubernamentalmente, para detener el 15-M, lo ha conseguido». Pero a qué precio. H *Periodista