Un bienaventurado día, el futbolista Figo sintió una voz interior --que no podría ser otra que la de la Virgen de Montserrat-- que le permitió ver de manera clarísima que su vida no tenía ningún sentido si no la dedicaba a emplear todos sus esfuerzos en aras de los triunfos del Club de Fútbol Barcelona. Hízolo así durante algún tiempo, mas hete aquí que, un malhadado día, sintió otra voz interior --los cronistas no se ponen de acuerdo en si pertenecía a la Virgen de la Almudena o a San Isidro Labrador-- que le impelía a dedicar su vida futura a trabajar por el Real Madrid.

Haciendo caso de esta voz, abandonó la ciudad de Barcelona y se trasladó a Madrid, lo que produjo profundas y comprensibles desilusiones en personas que habían observado cómo en su interior crecía el amor a la Ciudad Condal y a Cataluña.

Todos estos fenómenos sobrenaturales acaecieron sin que mediaran intereses económicos, claro, porque los jugadores de fútbol, como todo el mundo sabe, se adscriben a un club, esté cerca o lejos de su patria de nacimiento, en razón a esas voces que escuchan dentro de sí.

Y de la misma forma que un accionista de Renault, si un ejecutivo de esta compañía se despide y es contratado por Peugeot, acude a la entrada de ejecutivos para tirar botellas al ejecutivo traidor, como todo el mundo sabe, así algunos forofos del Barcelona le arrojaron objetos al futbolista Luis Figo, porque hay traiciones que no se pueden soportar.

La historia podría haber empezado por el final y terminado por el principio con la misma violenta reacción, lo que nos lleva a la conclusión de que el hecho diferencial es muy difícil de escudriñar en las áreas religiosas y sobrenaturales, como es el caso del pelotón, dado que creyentes, violentos y tontos, se hallan repartidos con equitativa proporción a lo largo y ancho del mundo, que en esto el Señor ha sido justo.

*Escritor y periodista