El día 2 de agosto de 1914, Kafka escribió esto en su diario: «Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar». Te levantas con el sueño agarrado al surco de la ojera. En el mundo que nos ha tocado vivir, ya está dicho todo. Nada causa sorpresa. Por eso hay que espectacularizarlo todo, para que se vea. Para que llegue. También hay que llegar la primera a comentar la última noticia, a hacer la gracia con el chiste del momento, a vomitar tu opinión como si fuera la causa del ardor de estómago. Pereza. Casi tanto como me dan estas fiestas. Lo malo de que se haya levantado la niebla es ver tanta celebración en el horizonte.

Estás a tus cosas, el corrector en el ojo, el café demasiado caliente, su biberón, la agenda, encontrar las llaves que ha escondido en alguna parte, la ficha del adorno navideño sin colorear desde hace una semana y que hoy tampoco llevaremos a la guardería. Un policía turco mata al embajador ruso en Ankara. Circulan vídeos con el momento e imágenes con la víctima tumbada en el suelo. Lo que no asusta, no existe. Un hombre arrolla a varias personas en un mercadillo en Berlín. Las prisas, el miedo, ellos y nosotros. La etiqueta de culpable recae en un refugiado paquistaní. Ya lo tenemos. Lola Merino, diputada manchega del Partido Popular, realiza un comentario en las redes sociales cuestionando el «Bienvenidos, refugiados» con una imagen del atentado. Percival Manglano, concejal popular en el Ayuntamiento de Madrid, escribe en Twitter: «El autor del atentado terrorista en Berlín fue un refugiado paquistaní. No hay peores ciegos que los que no quieren ver». ACNUR le recrimina los peligros de vincular la comisión de delitos a si alguien es o no refugiado. Liberan al detenido. Nos precipitamos, pero no pasa nada. Nunca pasa. Nos ha tocado una época en la que se dirige el mundo sentándote a observarlo.

La estrategia política de muchos de los líderes mundiales es no hacer nada. De esta manera no te desgastas. Ahí está Alepo. muriendo, mientras la comunidad internacional olvida cómo se escribe la palabra vergüenza. Otro artículo en el que mencionas a Alepo, sí, y con esta costumbre quizá haya ayudado a cansarnos de mirarlo. No duele tanto lo que ha hecho callo. Pasa mucho más desapercibido. Hace temblar menos, aunque tengas cuerpo de vaso de agua en la bandeja para la comida de un avión. La gente está para cosas importantes, cómo colocar su belén en la puerta de Alcalá, porque Manuela Carmena se ha cargado el del ayuntamiento. Hay cosas sobre las que sí que merece la pena movilizarse. Merecer la pena, eso es lo que merecen muchas acciones, una pena enorme y enormemente merecida. Algunas frases son bombas desactivadas y cuando las escribes, explotan. Comenzaba la Primera Guerra Mundial y Kafka escribió el comentario sobre la guerra y la natación. Llevaba cuatro años redactando sus diarios, que cerraría nueve años después. «Cada vez me da más miedo escribir cosas». Esa fue su última anotación.