Fer s'ho mirar es una expresión muy utilizada en catalán, que ha hecho fortuna en su traslación al castellano. Cuando alguien presenta una anomalía y otro la aprecia desde fuera, el seny catalán, con mucho tino, opta por meter en el campo de la conversación a un tercero imaginario y pone en boca del observador esa frase, que quiere ser una mezcla de consejo y toque de atención: "hágaselo mirar", es decir, no me crea a mí si no quiere, pero busque a un especialista para que le eche un vistazo a esa anomalía suya que salta a la vista y agrede al sentido común, a la ética, a la estética y quizá hasta a la legalidad vigente.

El espectáculo, bochornoso ya, que está dando nuestra clase política tras el 20-D necesita ese tercero imaginario que aconseje a sus protagonistas que se lo hagan mirar. Lo que España necesita no es más circo, sino un gobierno estable, aunque no sea muy duradero, un gobierno que afronte las reformas necesarias y que opere esa tan anunciada segunda transición.

Ya no estamos en campaña y aún no estamos en campaña. Pero nuestros políticos se comportan, unos como si todavía estuviéramos en la campaña electoral y otros como si se hubieran anticipado a una nueva campaña de una más que probable repetición de las elecciones generales.

España no se puede permitir unos partidos y unos políticos tan frívolos, aunque solo sea porque los españoles pueden llegar a la conclusión de que bien se puede vivir sin políticos y sin política. Es real y muy grave el riesgo de que triunfe la percepción popular de que la política e incluso la gobernanza son males necesarios que tal vez algún día dejarán de ser necesarios para quedarse solo en males.

Aunque la obra no haya terminado, aunque nos quede todavía mucho por ver, toca una vez más analizar el papel de cada uno de los cuatro jinetes de este Apocalipsis diferido. Pero cada vez cuesta más hacerlo de un modo ordenado y el caos en que vivimos contamina la percepción de la realidad de tal manera que uno acaba optando por caer de buena gana en las garras del totum revolutum:

Si Rajoy no hubiera dicho no al Rey, tal vez estaríamos ahora en un escenario en el que las posiciones relativas de los cuatro serían totalmente diferentes. Si Rajoy hubiera aceptado, como era lógico hacerlo, el compromiso de intentar formar gobierno, tal vez ni Rajoy ni Sánchez serían ahora mismo los líderes de sus respectivos partidos y hubieran surgido en PP y PSOE caras nuevas o seminuevas, capaces de regenerar un debate gastado desde el momento en que Sánchez le llamó "indecente" a Rajoy y éste tachó a aquél de "ruiz".

Si, como consecuencia del no de Rajoy al Monarca, Sánchez no hubiera empleado un tiempo que no tenemos en urdir una estrategia complejísima y en alcanzar con Rivera un pacto confuso, nada conciliador, contradictorio y sobre todo insuficiente; tal vez ahora Rivera no estaría lamentando haber comprometido su credibilidad y sus opciones futuras con un voto a favor del candidato Sánchez, que había negado una y otra vez durante la campaña.

Si Rivera, tal vez temeroso de perder una parte importante de sus 40 escaños, no hubiera entrado en el juego de Sánchez y hubiera esperado a que fueran otros, con mucho más poder de maniobra, los que dieran el primer paso; es posible que ahora ni Iglesias ni Rajoy estuvieran tan crecidos viendo los toros desde la barrera, sabiendo que son los otros dos los que se arriesgan a la primera cornada, que es la que más duele.

Después de un sinfín de campañas electorales sucesivas, tras meses de tontos tanteos y de no negociación, incluso los ciudadanos más apasionados por el espectáculo político empiezan a acusar el cansancio lógico del aficionado a la ópera, después de un maratón de bel canto protagonizado por tenores, sopranos y barítonos buenos, malos y regulares.

A los cuatro jinetes de ese Apocalipsis demorado habría que aconsejarles en castellano o en catalán que se lo hagan mirar, que salgan de la burbuja política en la que se han instalado, que dejen a un lado los intereses creados y que echen un vistazo a eso que conocemos como los intereses generales, antes de que la mayoría de sus votantes empiecen a dejar de considerar la política como una de las bellas artes y opten mejor, como Thomas de Quincey, por el asesinato, político claro.

Escritor