Reconozco mi resignación, la percibo entre mis compañeros y amigos, cada día nos resulta más difícil debatir y discutir de política. Hace no mucho tiempo referirse al problema de Cataluña, era el comienzo de una acalorada confrontación y discordia, ahora solo genera tristeza, pereza y hartazgo.

Seguramente es lo mismo que ocurre a la mayoría de la población, pero no siempre fue así. Hubo un tiempo, anterior al año 2010 que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) presentaba la clase política y los políticos como el octavo problema del país, según sus encuestas, con apenas un rechazo del 6-8% de los ciudadanos. Desde entonces, ha llovido mucho, y la valoración ha caído hasta situarlo en el tercer motivo de preocupación, tras el paro y la corrupción, con porcentajes cercanos al 29% (CIS de febrero de 2018). Se cuadruplica el rechazo en siete años. Pero es más, hasta un 70% piensa que la situación será igual o peor en el futuro, mientras que a un 92% cree que 2017 empeoró respecto del pasado año.

Da la impresión de que la política ha desaparecido de las instituciones. Las discrepancias, los problemas, se judicializan, ocupando la justicia el espacio de los políticos, ocasionando dilaciones, e inactividad sin límite. Hay miedo a confrontar dialécticamente, a discrepar sobre ideas y proyectos, a acordar y pactar. El insulto, las descalificaciones, convierten algunas instituciones en un vodevil ante el asombro y hastío de los ciudadanos. Si el hartazgo de la política es el primer paso hacia el autoritarismo, vamos en buena dirección.

¿Qué pueden pensar los zaragozanos de nuestro ayuntamiento, donde no ganamos para broncas, pero se aprueban los presupuestos? ¿Qué mano mece la cuna permitiendo agitar y parar cuando le conviene? Sospecho que el Gobierno de la región está construido sobre una crisis institucional permanente que afecta a setecientos mil zaragozanos. ¿Dónde quedan los valores de la izquierda, qué queda del prometido cambio en la ciudad?

En medio de una crisis catalana de dimensiones imprevisibles, al Gobierno central se le ocurre forzar la fórmula Wert de la LOMCE para «españolizar» alumnos catalanes, tres días antes de que el Tribunal Constitucional lo declare inconstitucional. Nuevos agravios, alarma en el catalanismo, unidad de los independentistas, y sobre todo ridículo, grandes dosis de ridículo para los populares , y para los palmeros, que con bocas más grandes que buzones de correos, hacen de ocurrencias bandera del centralismo «cañí», aunque tengan en su tierra 57.000 catalanoparlantes y una Ley de Lenguas que declara el catalán como «lengua propia y vehicular de Aragón», aprobada hace más de un año. En la carrera por demostrar quién es más español los ciudadanos de aquí y allá estamos atrapados; perdiendo tiempo en una legislatura moribunda que nadie quiere liquidar.

Nos creíamos que en democracia hay principios consolidados, pilares inamovibles, no es así, la polarización y el sectarismo están cuestionándolos. La censura de IFEMA a un galerista, haciéndole retirar una exposición en ARCO, la condena a tres años de cárcel por injurias al rapero Valtonyc y el secuestro del libro Fariña de Nacho Carretero, en apenas quince días, nos trasladan a etapas pasadas de insoportable indefensión e inseguridad jurídica .

Produce asco, oír y ver cómo quieren confrontar a los jóvenes con los pensionistas, por haber perdido «tan solo» un 3% estadístico de poder adquisitivo. Aunque estén condenados a seguir perdiendo durante los próximos años, por la aplicación unilateral del índice de revalorización, que el PP ejecuta desde 2013 cuando anuló la Ley que garantizaba la revalorización en función del IPC. Desde entonces ha saqueado 60.000 millones de la hucha que representa el fondo de reserva, construido con las aportaciones de los trabajadores desde el año 2000, para aplicar sus políticas neoliberales. Y se escuda cobardemente ahora en la difícil situación de los jóvenes parados o con trabajos precarios para azuzarlos contra el «bienestar de los mayores» tapando su parálisis política en este tema. Es inmoral cómo manipulan datos, tergiversan información y lanzan globos sonda sin sentido, para distraer la atención y acogotar a millones de pensionistas, a los que va a empobrecer para cambiar el sistema en beneficio de los de siempre.

Son decenas los ejemplos que podríamos poner, todos nos llevan a la misma conclusión. La política vive en la incertidumbre, se nutre de la debilidad, por su impotencia para afrontar los retos que tiene el país. Por eso se pudren los problemas, repetidos y ampliados una y otra vez para distraer la atención. En ese juego, los medios de comunicación marcan agenda a los políticos y ocupan todos los huecos que ellos van dejando.

Me resisto a creer que la posición de los ciudadanos respecto de la política sea la dibujaba por el Roto» en su viñeta del pasado día 24 (un señor trajeado y apuesto con aires de principal, frente a una colección de lazos de diferentes colores) . «Todos los días me planteo un gran dilema moral: ¿qué lacito me pongo hoy?».