Visto el número, bastante alto, de electores en las últimas generales, habrá que reconocer que los españoles tienen una vocación política a prueba de bomba. Y si hay terceras elecciones y la gente sigue votando en magnitudes semejantes, habrá que pensar en un masoquismo digno de mejor causa. En conversaciones coloquiales de bar o peluquería todos afirman estar hartos de los políticos, pero, como ya he dicho otras veces, desde una perspectiva futbolística de la política todos están con su equipo-partido, haga lo que haga y diga lo que diga. De lo contrario, no se entienden los votos a un partido que los jueces han definido como una organización configurada para delinquir y que, de hecho, está imputado como tal organización delictiva. Se confirma una vez más aquel dicho mafioso de "es un hijo de p., pero es nuestro hijo de p.".

¿Y ahora qué? Ya llevamos más de un mes desde el 26-J y siete meses desde el 20-D y nada se ha movido. Y el que especialmente no se ha movido se llama Mariano Rajoy. Da la impresión que busca la mayoría absoluta en unas terceras elecciones. Que, visto lo visto y su progresión electoral, todo es posible. La táctica de Rajoy cada vez está más clara: o gobierna por aclamación o por agotamiento. Y, además, haciendo parecer culpables a los demás partidos por no permitir su gobierno, el más votado futbolísticamente pero el más regresivo de la democracia. ¿Y los demás partidos, especialmente el PSOE, qué hacen, qué piensan, qué estrategia siguen? Porque el PSOE, una vez evitado el sorpasso de Podemos, parece haber caído en una estéril somnolencia, carente de objetivos estratégicos y de metas tácticas. La presión de los barones socialistas hacia su líder Sánchez es tan agobiante que no necesita adversario externo, porque está situado en medio de tal sofisma que haga lo que haga lo coge el toro. Si se abstiene posibilitando un gobierno PP con Rajoy de presidente (especialmente si no se exigen contrapartidas significativas), la irrelevancia del PSOE está garantizada. Si vota en contra del PP una y otra vez, va a aparecer como el malo de la película y el causante principal de unas terceras elecciones, con el consiguiente coste electoral. Y si intenta otra vez someterse a una investidura, con Podemos y otros, no se sabe si es mejor que le salga o que no le salga. Está claro que el PSOE, antes con 90 y ahora con 85 escaños, es el elemento catalizador en la política de este país. Lo que no sé si es suerte o desgracia.

Este humilde articulista no se atreve a jugar a profeta, pues queda mucho tiempo todavía antes de concluir esta fase del proceso. Y como decía un buen amigo, más vale ser historiador que profeta. Aunque sí que me atrevo a afirmar que un gobierno vehiculado por el PSOE y apoyado por Ciudadanos y Podemos, supondría una auténtica transversalidad y un equilibrio ideológico con los contrapesos necesarios para una mínima duración. Y podría garantizar una regeneración política e institucional mínima y unos objetivos en la esfera española y europea válidos para, al menos, un par de años. Y, de paso, dejar de hacer el ridículo. ¿Es eso posible? Si los tres partidos dijesen la verdad cuando hablan, no solo sería posible sino obligatorio. Estoy de acuerdo con el presidente de Extremadura cuando dijo aquello de que si hay terceras elecciones, deberían dimitir los cuatro líderes estatales. Por incapacidad individual y colectiva.

Porque es mucho más preocupante la degradación democrática que conseguir una estabilidad provisional; es preferible subsanar el descrédito de las instituciones y la corrupción sistémica y modificar una errónea política económica que una falsa estabilidad de empecinamiento en el error. Porque en todas estas cuestiones negativas, el Gobierno del Partido Popular ha tenido un papel determinante.

Durante esos días están apareciendo documentos que defienden distintas opciones. Eso está bien. Ya era hora de que los expertos e intelectuales se mojasen. Porque no vale cualquier Gobierno, sino que queremos un ejecutivo que prime el bienestar de la ciudadanía y que defienda el modelo social europeo, y que recupere y amplíe los derechos y libertades ciudadanas, laborales y sociales quebrados.

Vuelvo al título de mi escrito. Los españoles ya no están dispuestos a dejarse engañar inocentemente. Están hartos de la politiquería (juego engañoso de los partidos que dicen defender una cosa cuando en realidad defienden otra muy distinta, incluso contraria). Si vamos a unas terceras elecciones (lo que cada vez es menos imposible), el fracaso político será tremendo y el descrédito político, mayúsculo. ¿Dónde está la nueva política?

Profesor de Filosofía