Mantener las pensiones sí parece posible, optimizando los mecanismos de redistribución que en España saltaron por los aires hace tiempo (sin haber llegado jamás a ser verdaderamente eficaces). Pero lo que no tiene arreglo ni se puede evitar, hagamos lo que hagamos, es el mortal efecto de la maldad y la enfermedad encarnadas en el asesinato de un niño, de una muchachao de cualquier inocente. Se puede reprochar a los partidos el uso como munición de las retribuciones de viudas y jubilados... sin dar en el blanco. Sin embargo, proclamar que es necesario garantizar a todas/os una seguridad absoluta, solo vale como desahogo de las madres o padres a quienes mataron un hijo o hija, no como argumento político. Si endurecer las penas hasta llegar a la capital sirviese para algo, Estados Unidos no sería hoy el país más violento y convulso de Occidente. En cambio, España es uno de los más seguros

En las cárceles hay muchos enfermos mentales y discapacitados intelectuales. Por otro lado, no cabe duda de que la maldad existe. Se manifiesta de dos maneras: una, la más visible y traumática, mediante actos delictivos que pueden llegar a ser especialmente odiosos por su crueldad y su absurdo (¿qué decir de aquellos tiros en la nuca, de la violencia machista o de las masacres yihadistas?); otra, más sutil, sin vulnerar ley alguna, a través del ejercicio extremo y sádico de la codicia, la insolidaridad y el afán de poder. Se podría neutralizar a los canallas de este tipo (y gracias a ello preservar los derechos sociales). Pero, insisto: es imposible detectar a las/os sociópatas, sicóticos o fanáticos extremos antes de que actúen y maten. Tampoco cabe frenarlos con la amenaza de un castigo temible. Eso no sirve ni ha servido nunca. Está probado.

La carcel es un lugar horrible, y los que afirman que allí se vive a cuerpo de rey no tienen ni idea de lo que dicen. Mas no hay cadena perpetua que desactive a quienes carecen de empatia, disfrutan causando daño, están devorados por los celos o se ven arrebatados por el fanatismo. Esta es la (triste) verdad.