Hace unos días, José Luis Trasobares reflexionaba en estas mismas páginas sobre la nueva etapa política que se abrirá tras las elecciones de mayo. No cabe duda de que el mapa político va a variar sustancialmente debido a la irrupción de nuevas formaciones políticas. Trasobares deducía de ello, con tino, que la multiplicación de las opciones políticas exigirá negociaciones y diálogos en los que, especialmente las nuevas formaciones como Podemos, deberán precisar cuáles son sus apuestas, tanto programáticas como de alianzas. Con ser ello cierto, creo que, además de ese, existe otro camino que debiera ser transitado desde las opciones políticas que pretenden hacer frente a un modelo económico, social y político periclitado y enormemente injusto: la construcción de una alternativa al sistema que se convierta en mayoritaria social y electoralmente. Si queremos una nueva política, debemos mirar hacia la política de un modo diferente. Y si lo que se pretende es promover una alternativa al sistema, las estrategias no pueden ser las de la política tradicional. Construir esa alternativa pasa por conseguir una mayoría social y electoral implicada en el proceso. Social y electoral, pues en estos momentos una mayoría electoral no es, ni de lejos, una mayoría social. Con una abstención sistémica cercana al 40%, no corregida, de momento, por la aparición de nuevas formaciones políticas, no es posible construir una mayoría social. A mi modo de ver, el proceso político alternativo no pasa por conseguir trasvases de votos entre formaciones políticas, sino por recuperar para la intervención política a los sectores abstencionistas.

EN EL CASO de Podemos, apostar por el trasvase implica dirigirse hacia sectores cada vez más a la derecha o, por decirlo en su nomenclatura, que han apoyado tradicionalmente a los de arriba. Y eso, como intentó Pablo Iglesias en la campaña andaluza, solo se consigue escorando el discurso hacia esos sectores. De ahí algunos análisis poselectorales de dirigentes de Podemos que hablaban de que todavía tenían demasiadas inercias izquierdistas que hay que borrar, o al menos disimular. En todo caso, conseguir el apoyo electoral de sectores que hayan apoyado, por ejemplo, al PP, puede producir, ciertamente, un avance electoral, pero muy endeble socialmente, pues se consigue a costa de un discurso descafeinado. No se cambia a la gente, se cambia la propuesta política. Es decir, la dinámica de siempre de los partidos que aspiran al poder. El camino, como he dicho, es otro. Y pasa por una apuesta, a medio plazo, para repolitizar a más sectores sociales y producir un instrumento que surja de esa repolitización. Se trata de continuar la dinámica de encuentro ciudadano que está dando lugar a plataformas como Zaragoza en Común, donde todo (casi todo) lo que se mueve en el ámbito crítico hace una apuesta de trabajo común que vuelve a ilusionar a mucha gente. Sería un error que actores políticos ya consolidados, como Podemos o IU, no entendieran que los tiempos no exigen fidelidades a siglas, que no estamos para pensar en clave de intereses de organización. Que no tiene ningún sentido, por ejemplo, que seamos capaces de ir juntos en una candidatura en Zaragoza, pero que tengamos que ir separados en Aragón. ¿Quién entiende eso? El ámbito político de los sectores sociales críticos está en un proceso de reconfiguración que debe ser impulsado, en modo alguno frenado, por las organizaciones mayoritarias de ese espacio.

EN ZARAGOZA, en mayo tendremos una satisfacción, Zaragoza en Común, y una frustración, la multiplicación, nuevamente, de las opciones en el ámbito autonómico. Depende de qué modelo se imponga, el de la generosidad, el encuentro, lo común, o el de los intereses ligados a siglas, podremos avanzar, o no, en ese proceso de repolitización necesario para cambiar, de verdad, la sociedad. Porque no se trata de conseguir, de manera efímera, el apoyo de votantes cabreados, sino de construir una masa social crítica. No deberíamos olvidar ese reto.