Los partidos netamente aragonesistas, PAR y CHA, no pasan por su mejor momento. Tampoco la ideología que representan, el nacionalismo aragonés, perjudicada por los radicalismos y extremismos en otras Comunidades, muy en particular por esa crisis catalana que ha inclinado la opinión pública hacia posiciones conservadoras respecto al futuro del Estado Autonómico.

Pero Aragón, el Aragón de hoy, no sería nada sin la autonomía, sin su Estatuto, sus Cortes, su Gobierno, su Justicia.

De no haberse producido la Transición democrática y, dentro de ella, el fuerte impulso autonomista de una región, la aragonesa, que quería dejar de serlo para abrirse a otro horizonte competencial, permaneceríamos estancados en los años setenta, cuando aquí mandaban unos cuantos delegados de bigotillo y gomina que lo mismo podían dirigir la Delegación de Trabajo de Zaragoza o el Gobierno Civil que el Valle de los Caídos. La lucha histórica por la autonomía, hoy casi olvidada, desconocida por los alumnos de Primaria y Bachillerato, en cuyos libros de texto no se hace pedagogía respecto a la diversidad del Estado español, duró hasta la última reforma del Estatuto, en 1996. Frenándose o adormeciéndose desde entonces, con algunos, pocos brotes al alza coincidentes con las amenazas de los sucesivos planes hidrológicos y las provocaciones de Murcia.

Lentamente, los partidos hegemónicos, socialistas y populares, han ido, bien asimilando, bien laminando un nacionalismo aragonesista que nunca fue insolidario, siendo, antes y hoy, necesario.

Medio en broma, medio en serio, el presidente aragonés, Javier Lambán, dice sentirse y ser heredero de esa fuerza popular, un sentimiento que, debida y democráticamente ejercido, continúa teniendo hoy potencia. Más, si fuese ejercido a modo de ariete impulsado por los partidos con representación en las Cortes aragonesas o en los principales ayuntamientos. Donde, en lugar de unidad, confluencia y coincidencia en proyectos beneficiosos para la comunidad, imperan la división y el sectarismo. Siendo, muchos de nuestros actuales políticos, no herederos del aragonesismo, sino meros y prácticos usufructuarios del mismo.

En este 23 de Abril se ha reclamado menos impuestos, más inversiones, banda ancha... Pero nadie en Aragón ha reclamado más autonomía. Mal vamos.