En este país, que se abrasa de calor y de sonrojo, no hay político que se precie que no eche la culpa de una mala situación a la "herencia recibida". El señor Rajoy, que ha cosechado el dudoso mérito de hacer mucho más ricos a los ricos y mucho más pobres a los pobres españoles, se ha pasado los tres años y medio de esta legislatura lamentando lo mal que le dejó las cosas el señor Rodríguez Zapatero, y lo bien que lo está haciendo con sus políticas de recortes económicos, sociales y, ahora con la llamada Ley mordaza, también políticos. Para el presidente del Gobierno, ese hombre de sabiduría tan innata que sólo necesita leer un diario deportivo para saber lo que se lleva entre manos, la culpa de todo es del gobierno anterior.

Algunos nuevos gobiernos autonómicos y municipales que se están constituyendo en estos días ya salen en los medios de comunicación anunciando que los papeles que están viendo de lo que les dejaron los anteriores es malo o muy malo, y ya avisan que no van a poder hacer lo que habían prometido en campaña, dada "la herencia recibida".

De modo que sólo se me ocurren dos cosas al respecto: o es falso y "la herencia recibida" es una recurrente muletilla que sirve para justificar el incumplimiento sistemático de los programas electorales, o es verdadero y los nuevos gobernantes deberían llevar ante los tribunales a los anteriores por mentir y falsear las cuentas públicas.

En cambio, los políticos que han logrado continuar en el poder, como es el incomprensible caso del gobierno socialista de Andalucía, donde los casos de corrupción y los imputados pululan por los juzgados en cantidad similar a la de los olivos en los campos jienenses, hacen gala de la "herencia recibida", la propia claro, porque dicen que ése es el buen camino. La "herencia recibida" no es sino una forma de justificar determinadas formas de hacer política de los tradicionales partidos del jurásico democrático (PP y PSOE), a la que se suman con entusiasmo los emergentes partidos de la postmodernidad (Podemos y Ciudadanos).

Y así, las asentadas costumbres nepotistas y "dedócratas" de la vieja casta (nombrar con cargo y sueldo públicos a la pareja, al hermano, al hijo, al sobrino o al cuñado), se repiten ahora con los emergentes del cambio, que también le han cogido gusto a nombrar a los parientes --"es que están muy preparados", dicen--, para ocupar los más apetecibles sillones de las administraciones. Eso sí que es la "herencia recibida".