Tengo mucha confianza en que más pronto que tarde, TVE confeccione un especial Nicanor Parra, que ya debería tener forma en algún cajón de la casa. Solo por su categoría como poeta, por su trascendente apellido, por su juvenil edad, debería ser candidato a un retrato documental de categoría. Pero además de todo eso, Nicanor ha sido distinguido con la corona del premio Cervantes. Un galardón que deja en evidencia a un Nobel que hace años se le debe.

Conocí a Nicanor Parra de casualidad. Era 1993 y yo estaba en Chile. Acababa de leer alguno de sus antipoemas y mi aguijón de periodista vocacional me picó para intentar conocerlo. ¿Por qué no? Estaba en su tierra, ocasión única. Sin calcular ningún riesgo tomé el autobús y me dirigí a Las Cruces, su pueblo de residencia. Con ingenuidad de novicio llamé a su puerta. Desconocía que el maestro de 77 años había proclamado que no concedía entrevistas. A ningún periodista del mundo. Y así fue. Su mucama me echó, pero en un gesto de cortesía decidió (ya que venía yo de España) consultar antes al dueño de la casa. Me anunció que me recibiría cinco minutos. Lo justo para entregarle la revista El Bosque. Y, oye, hubo milagro: me atendió cuatro horas. Las suficientes como para charlar con él de todo lo divino y humano. Y para que posara ante mi cámara reflex. Todo con una amabilidad exquisita. Acababa de conocer no solo al hermano de Violeta sino a un ser brillantísimo y culto. Y eso me gustaría degustarlo en un especial de TVE. Para que lo conozcan ustedes.