La hucha de las pensiones continúa reduciéndose: el Fondo de Reserva muestra una notable caída de un insólito 40% entre el 2011 y el 2014, desde los 68.000 a los 41.000 millones de euros. Esta contracción refleja tanto la pérdida de cotizaciones por la destrucción de empleo como el aumento en pensionistas y en la pensión media. ¿Debería preocuparnos esa dinámica? A la luz de lo que se apunta hoy, no parece que la sangre acabe llegando al río: el aumento del empleo, y de las cotizaciones a él vinculadas, debería comenzar a contener, e incluso revertir, esta hemorragia.

Pero más allá del corto plazo, la dinámica de la hucha de pensiones vuelve a poner sobre el tapete los problemas de una sociedad crecientemente envejecida. Según las últimas estimaciones del INE, entre el 2014 y el 2024 el peso de los jóvenes de 16 a 39 años se habrá reducido un elevado --17% (de 14,3 a 11,6 millones), disminuyendo su aportación del 31% al 26% de la población. Dado que la población española se reducirá levemente (un --1,5%), ello significa que la generación de 40 a 65 años aumentará (un 8,1%) y que, en especial, la de 65 y más años crecerá un intenso 19,1% (de 7,5 a 8,9 millones). Con todo ello, en la próxima década se acentúa el envejecimiento en curso: los mayores de 65 años pasarán de significar el 16% de la población en el 2014 al 19,5% en el 2024; al igual que los de 40 a 65 años, que aumentarán su peso del 37% al 41%. Esta preocupante dinámica se acentúa cuando se considera el colapso de la generación de 30 a 39 años, la prime age en el mercado de trabajo y donde se concentra una gran parte del futuro productivo e intelectual del país: entre el 2014 y el 2024, este grupo perderá un insólito 31% de efectivos, de 7,5 a 5,2 millones de personas.

Por si ello no fuera suficiente, estas tendencias se acentúan peligrosamente a partir del 2024. El peso de los mayores de 65 y más años continuará aumentando con fuerza: hasta el 25% en el 2034, el 32% en el 2044, y a partir del 2054 un insoportable 36%. En términos absolutos, este colectivo incrementará sus efectivos entre el 2024 y el 2044 de 8,9 a 14,2 millones, y hasta los 15,5 millones en el 2054. De forma paralela, la cohorte de 40 a 65 años, tras alcanzar un máximo próximo a los 17 millones en el 2034, comenzará un intenso declive hasta situarse en el entorno de los 13 millones más allá del 2054.

El lector pensará que se trata de plazos muy dilatados, en los que sucederán fenómenos imposibles hoy de predecir. Pero no nos confundamos. En la dinámica de la población, y en lo relativo al mercado de trabajo y pensiones, el futuro de las variables relevantes es relativamente conocido. Y solo se puede actuar sobre ellas indirectamente.

La ausencia de un real sostenimiento a la familia con hijos ha sido una constante de los gobiernos españoles, tanto de izquierda como de derecha. Quizá demasiado obsesionados por el corto plazo, con tasas de paro juvenil muy elevadas en los últimos 30 años, su preocupación por el colapso de la natalidad ha sido prácticamente inexistente, como lo muestra el muy bajo nivel alcanzado por la tasa de natalidad desde mediados de los años 80, entre las más reducidas del mundo. Y su recuperación es más que importante: los niños que no nazcan en este 2015 no estarán en el mercado de trabajo y no contribuirán al sistema de pensiones ¡en el 2035! Quizá ahí haya posibilidades de mejora, aunque los comportamientos sociales son hoy ya muy estables, y las dinámicas de los gobiernos, muy anquilosadas.

En el ámbito de la inmigración, es cierto que cabe esperar un cambio del negativo signo actual. Ello debería ser el resultado tanto de la importante caída que se espera entre los jóvenes como de la misma recuperación de la economía. Pero no lo apuesten todo a un cambio en los flujos migratorios: el resto de países europeos están en igual o peor situación que nosotros, y en los emergentes o en vías de desarrollo ha comenzado ya una transición demográfica que reduce --y más lo hará en el futuro-- el crecimiento de sus poblaciones.

¿Qué nos queda? En el medio plazo, y en lo tocante al número de cotizantes, la reducción del paro, el aumento de la participación femenina en el mercado de trabajo, la elevación de la edad de jubilación, el fomento de la inmigración y, finalmente, una política natalista efectiva deberían permitir capear parte de los problemas. Por lo que se refiere a las cotizaciones, el incremento en la productividad también debería contribuir a aliviar parte de las tensiones del sistema. Pero incluso con todos esos factores operando positivamente, el horizonte es más que difícil. Cierto que el paro es hoy insoportable. Pero no caigamos en el mismo error del pasado: el futuro del sistema de pensiones se está escribiendo desde hace años. Hoy no queda ya mucho más tiempo que perder.

Catedrático de Economía Aplicada