Han tenido que pasar 13 días y sumar al menos 540 muertos (la mayoría palestinos y 20 soldados israelís), para que la diplomacia internacional empiece a moverse y se disponga a discutir (el verbo adecuado sería detener, pero seguramente no será así) acerca del baño de sangre que las tropas israelís perpetran en Gaza en su castigo a Hamás. Nada frena al Gobierno de Netanyahu en su avance terrestre por la franja. Israel cuenta --desde la creación de su Estado en 1948-- con la connivencia de la comunidad internacional que le permite incumplir las resoluciones de la ONU, extralimitarse con los asentamientos ilegales en Palestino, borrando sobre el terreno y de la mente de sus jóvenes toda huella de la milenaria historia árabe vivida en el territorio, o desarrollar operaciones militares como esta. Y no es que la comunidad internacional no sea consciente. Las palabras del secretario de Estado de EEUU, John Kerry, criticando a Israel creyendo que el micrófono estaba cerrado demuestran la distancia entre lo que se piensa y lo que se hace y evidencian la hipocresía internacional.