En un país tan proclive a las burbujas y a sostener situaciones irreales e inexplicadas por inexplicables hasta más allá de lo imaginable, el enorme globo de la corrupción (fabricado con el material de lo clientelar y oscuros hilos que entrelazan las relaciones de poder) sigue tensándose sin saber si existe una aguja capaz de pincharlo, y si ello propiciaría un soplo de verdadera regeneración o si, más bien, antes se nos llevará a todos por delante. Ni el cuello mejor entrenado es capaz de girar la vista hacia otro lado, siguiendo el consejo de Rajoy, sin partirse las cervicales. Ya no cuela el recurrente mantra de la estabilidad política para esconder la falta de voluntad, la valentía necesaria o la incompetencia manifiesta de quienes no saben cómo detener el pudrimiento de este país. Ya no hablamos de casos aislados, sino de un problema sistémico que ha empapado las estructuras públicas y los poderes del Estado durante años.

Ni vistos desde fuera somos de fiar. La Comisión Europea ha vuelto a criticar que no exista «una estrategia preventiva desde el Gobierno central» y que la Ley de Enjuiciamiento Criminal introducida para agilizar los casos podría «resultar en impunidad». Precisamente es del ámbito judicial desde donde nos han llegado los últimos malos olores dadas las labores de intromisión del Ejecutivo. El asunto va más allá de lo ideológico cuando las cuatro asociaciones de jueces han declarado estar hartas de la injerencia política y cuando la Asociación de Fiscales, incluidos los conservadores, clamaron por el cese de Manuel Moix. Una salida cantada que ha recordado a las circunstancias y maneras que rodearon a la del ministro Soria, con el agravante de que esta vez no solo se ha dejado la vergüenza por el camino el dimitido fiscal jefe Anticorrupción, sino también su superior, el fiscal General del Estado, José Manuel Maza. Para colmo, en el Parlamento tampoco parecen prosperar con claridad las comisiones de investigación. Sirva como botón de muestra la del exministro Fernández Díaz, con un amago de cierre en falso incluido.

Cada vez es más evidente que esta época que nos ha tocado vivir pasará a los próximos libros de historia con nombre propio. Quedará identificada en el espacio y en el tiempo como tantas otras; la etapa isabelina, el trieño liberal, el franquismo o la transición, por poner algún ejemplo, Y, claro, solo hay una forma de llamarla por muy dolorosa y patética que suene: La España de la corrupción. H *Periodista