El resultado de la derecha antieuropea, xenófoba e islamófoba de Geert Wilders en las elecciones holandesas supone un respiro y una buena noticia ante los temores de que, tras el brexit y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, Holanda se convirtiera en el primer paso del gran regreso ultra en Europa. Si bien el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders mejora resultados respecto las últimas elecciones, ha quedado lejos del gran avance que pronosticaron las encuestas en algunos momentos de una campaña electoral que ha monopolizado. La victoria de primer ministro, el liberalconservador Mark Rutte, es percibida en el resto del continente, y con buenas razones, como una tregua.

La popularidad de Wilders tiene su base en los miedos de un sector específico de la población que en ningún caso es mayoritario. Si en algunos países lo que parece un aumento imparable de la extrema derecha se explica por la existencia de una violencia terrorista acompañada, o no, de una crisis económica y política, en Holanda estos parámetros no se dan. A diferencia de Francia, Alemania u otros países, el terrorismo yihadista no se ha cebado en Holanda. Hace más de una década del único asesinato de este tipo, el del cineasta Theo Van Gogh a manos de un marroquí.

Muchos otros países de la UE tienen motivos más que suficientes para envidiar a Holanda por su situación económica. La tasa de paro es del 6%, la mejor en cinco años. El crecimiento es del 2,3%, el PIB per capita fue de 40.900 euros en el 2016 (el de España fue de 24.000). También tiene un superávit comercial. La llegada de refugiados, que en otros lugares ha sido masiva, en Holanda ha sido muy contenida. El pasado año se registraron poco más de 30.000 solicitudes de asilo, cuando se esperaban unas 90.000. Con estos datos, la explicación del ascenso del PVV resulta mucho más compleja y habría que retroceder al 2005 para recordar que los holandeses votaron contra la Constitución Europea por una mayoría que superaba el 60%, siendo su país uno de los fundadores de la UE.

Después del éxito del brexit y el triunfo de Trump, Holanda corría el riesgo de ser el primer eslabón de una cadena electoral europea que tiene su próxima parada en Francia. Hoy, Holanda no se ha echado en brazos del racista Wilders, y muestra que el populismo de extrema derecha no es un movimiento imparable e inevitable.