Un profesor holandés desmontaba ayer en la SER el mito de la tolerancia holandesa: nos hemos tolerado porque nos hemos ignorado, vino a decir. Y es así desde que los Países Bajos fueron escenario de una de las guerras de religión más largas de la historia. Nadie iba a ser perseguido por su credo pero, por si acaso, los católicos iban a escuelas católicas, los protestantes a las suyas y los judíos, liberales y humanistas otro tanto, porque en cuestión de política y religión Holanda siempre fue muy estricta hasta bien superados los efectos devastadores de la Segunda Guerra. Dos apellidos muy comunes, Van der Riveren y Van der Markt, son la transformación de Ríos y Mercado, dos judíos expulsados de España que no dudaron en transformar su identidad y sus costumbres para integrarse en la tierra de acogida. Y lo mismo hicieron los hugonotes pero no los musulmanes que, mayoritariamente, no han logrado mezclarse. Los resultados de las políticas de integración han sido escasos pero fácilmente comprensibles en el primer país que legalizó el consumo de drogas blandas, regularizó la prostitución, el aborto, la eutanasia y la adopción en parejas homosexuales. Tolerancia fue sinónimo de indiferencia hasta que un islamista radical asesinó al cineasta holandés, Theo Van Gogh, por sus críticas a la sumisión de las mujeres en la cultura islámica. Después Wilders hizo el resto: financió una película contra el Corán, Fitna, que fue prohibida al día siguiente del estreno. Hasta el gran rabino de Rusia protestó, pero aún se siguen haciendo millones de descargas.

*Periodista