Los hombres de chándal gobiernan la mitad del planeta y los hombres de traje la otra mitad.

Llevan chándal los dictadores sudamericanos y los entrenadores de fútbol, y llevaba chándal José María Aznar, para hacer más cómodamente sus flexiones, cuando la inflexiva noticia de la boda de El Escorial y sus regalos le ha incorporado como un muelle del plinto de ejercicios para ponerse el traje y la corbata y, con el bigote bien afeitado correr a la tele, a la suya, a declarar.

Que quiere volver ser presidente.

Todo son pulgas al perro flaco.

El país, medio tumbado como está, se ha acabado de quedar turulato con la reaparición espectral de aquel pequeño Napoleón que una vez nos gobernó. Aznar, huero y hueco, pero hinchado de soberbia, apelando a esa conciencia suya, y al honor de castellano viejo, de soldadito español, amenaza con regresar para enderezar la derecha y reformarla a su imagen y semejanza, sin centristas, sin pactistas, sin otro perfil interno que el de un cuadro de oficiales jerárquicos y un pelotón de tontos útiles dispuestos a contemplar el más mínimo de sus deseos.

¿Por qué quiere volver Aznar? Obviamente, porque el poder le tira, pero también, quién sabe, para aforarse y protegerse de investigaciones y papeles, de delaciones y soplos en correas de transmisión tan comprometidas como para impulsar huidas hacia adelante. Aznar, sea cual sea su móvil, activa ya su candidatura para socavar al pobre Rajoy, a quien nombró, y a quien ahora solo nombra como una opción a corregir, quizá como un rival.

Con Aznar, si la jugada le sale, volverá la derecha dura y pura. Se incendiará definitivamente Cataluña y Aragón se enfrentará nuevamente al peligro de un trasvase del Ebro. Con Aznar volverán los tiburones financieros, los jugadores de bolsa, los trileros del dinero público, la alfombra roja al mercado y la venta del poco patrimonio nacional que nos vaya quedando, con la excusa de no ser rentable. Con Aznar caerá el Estado del Bienestar a su mínima expresión...

Cuando detente el poder y regrese a Moncloa, Aznar guardará el traje y adoptará el chándal con la bandera de líder nacional, para hacer flexiones y contratos, carreras y carreteras en esa España suya, una finca bien podada de derechos, con gimnasio y capilla donde ir casando a la parentela.