Aunque la programación docente sea la misma en el medio rural y en el urbano, dicen que entre una y otra, es frecuente que se ocasionen serias discriminaciones no deseadas y en perjuicio de las rurales.

Es sencillo apreciar la importancia que por más de un motivo, conlleva el ambiente sobre enseñanza y educación; la pluralidad de los medios sociales, laborales y económicos del entorno, hace que abunden las diferencias y la necesidad de que se extreme la voluntad de cuantos participan en el que cabe llamar proceso docente, con el propósito de que toda la enseñanza que se imparta y se reciba en el medio rural, responda a un indispensable carácter universal, en absoluto aldeano.

Leo que este año se incrementó el porcentaje del alumnado aragonés que fue escolarizado en poblaciones urbanas. Comprendo a los padres que optan por la capital o poblaciones grandes que desde luego, poco abundan en Aragón pero, respetando esa iniciativa familiar,que puede ser decisión muy sacrificada, considero que deberían hacerse constantemente, los mayores esfuerzos para evitar que ese traslado tenga que ser forzoso y un remedio inaceptable a las carencias de la escolaridad rural.

Si lo deciden los padres de los alumnos es, con la mayor probabilidad, lo mejor de lo posible para sus hijos. Pero es bueno y humanitario también, aspirar a lo mejor en vez de tenerse que conformar (ni a la fuerza ni por indolencia) con lo menos malo.

Tomas Jefferson, escritor norteamericano, elaboró un texto inolvidable sobre lo que llamaba los mandamientos del Padre (y de la Madre, obviamente) y en uno de ellos, les decía nada menos que esto: "Estudiarás detenidamente las aptitudes de tu hijo; no le harás comprender que puede ser más que tú; ponle silenciosamente en camino de serlo". Y para ello, naturalmente, los padres se sacrifican y hacen cuantos esfuerzos sean precisos a riesgo de poderse equivocar.

A MÍ ME VIENE a la cabeza el caso de Maximino; cuando le conocí, era un niño despierto, vivo e inteligente y encima, dotado de un sentido común impropio de los 7 u 8 años que tenía en aquel tiempo; su padre murió por entonces en un accidente de automóvil del que resultó culpable y víctima.

Sus abuelos no sabían cómo darle la noticia a Maximino preocupados, como era natural, por cuál fuera la reacción del niño,que sin embargo, cuando al fin se lo contaron, reaccionó de una manera sorprendente: "Tenía que pasarle algo así, porque conducía como un loco". Asimiló el golpe, lloró por su padre, pero no quería hablar del suceso nunca más.

Maximino hizo todo el bachillerato en su villa asturiana, obteniendo curso a curso las mejores notas y sin embargo- ¡Ay sin embargo!, quiso cursar una carrera de ingeniería, pero la ciudad le pudo, no se veía a la altura de sus condiscípulos, ni el ambiente ni la enseñanza parecían corresponder a lo que él había cursado y aprendido en la villa y desanimado, acabó descendiendo dos peldaños: primero a un peritaje y luego, a un oficio en el que destacó desde el comienzo pero ¿por qué no pudo ser lo que inicialmente quería haber sido?

Para esa pregunta hay diez respuestas, claro pero uno solo trata de destacar la necesidad de que la enseñanza rural propicie al alumnado las mismas posibilidades educativas que las que llamó urbanasY el remedio requiere de todos los estamentos concernidos, el mayor de los esfuerzos: el administrativo, el profesoral, ¡el alumnado al que todos deben servir, recordándole que están para aprender! y el de las AMPAS a las que me gusta llamar "instituciones en creciente" porque el papel que asumen cada día es más relevante.

Dedico este modesto artículo a las AMPA aragonesas (asociaciones de padres y madres de alumnos) que hoy se reúnen en Montalbán y que saben tanto de la lucha por la formación y educación de sus hijas e hijos, deseándoles que sigan derrochando esfuerzos por el porvenir de todos ellos y deseándoles también, que lo hagan con mucho amor, con un poco de humor y con toda la capacidad de entendimiento que sea precisa. Un abrazo así de fuerte.