Cuando faltan menos de tres meses para el inicio formal de las negociaciones entre el Reino Unido y la UE sobre la aplicación del brexit, la inesperada dimisión del embajador británico en Bruselas pone de manifiesto la mar gruesa que hay en el Gobierno de Londres sobre una cuestión de tanta trascendencia para el país. La indecisión de Theresa May y el escaso conocimiento de la UE que se atribuye a los tres ministros implicados en la salida de Europa han puesto en primer plano a los sectores más radicalizados del Gobierno y del Partido Conservador que operan como una apisonadora contra quien no comparte sus postulados. Ivan Rogers, el diplomático dimitido, es un hombre con profundo conocimiento de la UE y, como es tradición en el Foreign Office, es un profesional que se debe al servicio público y no a uno u otro partido. Según el embajador, el Gobierno no tiene una estrategia clara, el equipo negociador no está al completo y es precipitado querer empezar a negociar en tres meses. Son consideraciones que no gustan a los radicales del brexit. El Reino Unido se enfrenta a uno de los grandes acontecimientos que marcarán profundamente el futuro el país, y del resto de Europa, con la mitad de los británicos en contra, un Gobierno poco consistente y unos fanáticos antieuropeístas apretando el acelerador, lo que augura un divorcio poco civilizado.

La tecnología digital ha irrumpido con estrépito en la vida cotidiana. El uso de pantallas se ha convertido en algo habitual desde una edad temprana con innegables ventajas pero con inconvenientes igual de evidentes. El debate va en aumento y no existe unanimidad, por ejemplo, sobre la edad en la que un niño puede tener un smartphone, un aparato con capacidades y utilidades que van mucho más allá de un teléfono. Ahora especialistas médicos en patologías y alteraciones del sueño advierten sobre los efectos de la adicción a las pantallas. Afectan por igual a esos adultos que permanecen ante la tele pasada la medianoche y a los niños y adolescentes que se van con el móvil a la cama, pendientes de aplicaciones de uso tan generalizado como Twitter, Facebook y WhatsApp.

Esos malos hábitos tienen -al margen de afectar a la comunicación y armonía familiar- consecuencias para la salud, según los médicos, que pueden manifestarse en afecciones graves como la diabetes o la obesidad. El problema revela, primero, una mala cultura del sueño en nuestro país. Dormir no es perder el tiempo y un número de horas necesario supone un hábito saludable. En el caso de los jóvenes es preciso fomentar un uso responsable del móvil, tarea que corresponde en primer lugar a los padres, dando ejemplo por supuesto, y luego a los educadores.