Yo soy de un plato de anchoas en salmuera, de algunas letras de ciertas canciones y de las melodías de otras. De varias películas y todavía más de muchos diálogos. De algunas obras de arte que me zarandean por dentro. Soy menos de autores que de libros. Muy de bibliotecas y librerías. Me gustaría que mi himno tuviera un baile.

También soy de sacar la pierna por fuera de la sábana, de llevar siempre chicles en el bolso, de poner motes, de intentar tener un por favor y un gracias siempre a mano y de decir varias veces al día me cago en la hostia, hostia puta, puñetera hostia y cualquier cosa que se pueda acompañar de un hostia. Soy mala comedora pero entrego mi reino por unos berberechos. Soy muy de sandía y melindrosa con muchas cosas. Estoy aprendiendo a comer gazpacho. Lo hago a cucharadas para que me dé menos aprensión la textura. Ando muy rápido. Me da mucho sosiego que me rasquen la espalda, mecerme, las conversaciones con mi abuelo, que mi madre silbe y que mi padre me lea las cartas de la comunidad de vecinos. También el agua. Y me encanta bucear y escucharme la respiración. Me siento muy de algunos paisajes, edificios y calles. Unos porque cuentan mi historia y otros porque me los llevé conmigo aunque sólo los tuviera una vez en la mirada. París es mío, por ejemplo. Una vez cambié el casarme por un viaje en helicóptero por el Gran Cañón. En mi ADN seguro que se encuentran plantaciones de tomates de Híjar y melocotones de Calanda.

Somos la suma de lugares, personas y recuerdos. Todo mi cuerpo ateo se moriría en una vida sin Reyes Magos. Si me preguntan de dónde soy lo que me sale decir es de Torrero. La patria que mejor me sale se llama risa. De souvenir me pido croquetas. Ser de un sitio es reconocerte en ese lugar en el que te recuerdas dejando besos por muchas de sus calles. Soy mi hermana y no me parezco en nada a ella. Soy torpe. No tengo pereza. Hago listas. Soy muy de libretas. No soy de aburrirme y sí de soñar que me caigo al vacío. Pertenezco mucho a mis amistades, aunque no les rinda visita tanto como me debiera. Me he construido un lugar donde vivir en algunas palabras.

La unidad mínima de la identidad es la construcción del relato. Un discurso es la molécula más pequeña sobre la que edificamos nuestra historia. Lo que yo tuve de mí antes de ser yo fueron mis quereres.

Todo esto me viene al leer el libro de Mercedes Cebrián El genuino sabor donde se pregunta: "¿Cuántos tipos distintos habría en un catálogo de españoles?". Somos productos colocados en un rastrillo de zarrios. Venimos de algo que decimos que cuenta nuestra historia mientras otros tejen identidades a golpe de billetera. No se puede llevar al país en el corazón mientras se exilia la cartera. El Molt Honorable deja de serlo cuando utiliza a la patria para jugar al Monopoly. Y luego Gaza. Es difícil respetar el sentimiento de pertenencia cuando para lindar las tierras se utilizan bombas. Basta de naciones que saben a muerte. Yo soy de un abrazo antes que de un país.

Comunicadora