Si Escocia hubiera decidido el jueves separarse del Reino Unido, la UE hubiera tenido un grave problema para el que no está preparada y hubiera abierto, además, una senda para otros territorios con aspiraciones parecidas. Cataluña se miraba en este proceso como en un espejo, aunque un par de peldaños detrás, tanto por razones legales como históricas, y sobre todo de planteamiento.

Los escoceses no se han encerrado en las particularidades de su cultura. Sus rasgos propios son ya bien reconocibles y reconocidos en todo el mundo. En realidad, son las políticas de austeridad las que han reforzado el sentimiento de identidad. Razones pragmáticas, económicas y sociales en base a la riqueza de sus recursos, pensando en evitar privatizaciones en su sanidad pública, por ejemplo. De hecho, en los distritos más castigados por la crisis se impuso el .

Por el contrario, Cataluña, identificando un enemigo externo, trata la economía como un todo indivisible, sin compromisos concretos de redistribución, aplicando recortes, posponiendo y supeditando la gestión real del día a día a una decisión indeterminada de carácter emocional. Hay identidades que reivindican lo diferente y otras en las que late cierto sentimiento de superioridad, pero aun así la mayor distancia entre los dos procesos la marca las actitudes de Cameron y Rajoy, ambos conservadores. El premier británico ofreció in extremis más autonomía y se involucró personalmente manifestando que la división le "partiría el corazón", aunque dejando claro que no se arrepentía de su iniciativa (más propia de un temerario altanero que de un valiente) porque era "la de un demócrata".

Por su parte, el presidente español usó la misma metáfora para un trasplante entre un andaluz y un catalán (dejando su corazón al margen, claro), afirmando que las consultas traen "pobreza y recesión" y amagando a través de Margallo con la suspensión de la autonomía. La legalidad es un instrumento para tender puentes, no para negarlos. En la cerrazón no hay futuro, solo viejas sombras de enconadas disputas entre élites. 36 años de democracia después, seguimos igual: rodeados de separatistas y separadores. Periodista