En un aviso a navegantes, si te consideras y sientes auténtico español, te recomendaría no leyeras todo lo que viene a continuación, podría molestarte. Hecha la advertencia, prosigo en mi disertación. Los españoles, en comparación a los habitantes de otras latitudes estamos dotados de una idiosincrasia especiaL, definida por el Diccionario de la lengua española de la RAE: «Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad». Esta manera de ser y estar en el mundo se ha ido forjando y posando a lo largo de nuestra historia.

Somos y nos creemos diferentes, y los mejores, dotados de todo un acervo de virtudes, debido, en parte, a nuestra poca capacidad autocrítica, por lo que nos enorgullecemos. Nos creemos que somos el ombligo del mundo. Somos unos sabelotodo, otra cosa muy diferente es que lo seamos. Porque, como declaraba el académico Francisco Ayala «el español acostumbra a creer que lo sabe todo». Pero lo más sospechoso es que nadie se sorprende de tal desfachatez. Al ser todos tan sabios, tenemos solución para todos los problemas, por arduos o complejos que sean. Nos creemos auténticos Mesías del destino nacional. Nuestro discurso preferido podría ser así: «Si yo fuera presidente del Gobierno, lo arreglaba todo en dos días». A algunos, es posible que nos sobraran aún 24 horas. Además nuestros argumentos los exponemos gritando, y hablamos todos a la vez, y encima, lo que parece algo milagroso, nos entendemos. En una barra de un bar, con una caña y un vino en la mano, no hay tema que se nos resista. Cuestionamos y damos lecciones a los profesionales de la medicina, de la enseñanza, del derecho, de la historia... ¡Y ay de aquel que se atreva a discrepar de nuestras afirmaciones! Según Azaña, somos extremosos en nuestros juicios: Pedro es alto o bajo; la pared es blanca o negra; Juan es criminal o santo... Los segundos términos, los perfiles indecisos, la gradación de matices no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida, resalto brusco, granito emergente de la arena. El percibir exactamente lo que ocurre en torno nuestro, es virtud personal rara. La moderación, la cordura, la prudencia, estrictamente razonables, se fundan en el conocimiento de la realidad, es decir, en la exactitud. El caletre español es incompatible con la exactitud. Nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. ¿Es preferible conducirse como toros bravos y arrojarse a ojos cerrados sobre el engaño? Si el toro tuviese uso de razón no habría corridas. También somos generosos, hospitalarios, divertidos y capaces, a veces, de los mayores sacrificios. Aunque últimamente con la llegada masiva de población foránea, proliferan cada vez más la xenofobia y el racismo; lo que significa un claro desconocimiento de nuestro pasado y presente como emigrantes.

Impuntuales, acostumbramos a llegar tarde, abusando de la paciencia del que sabemos nos está esperando. Puede que sea porque durante muchos años, las mujeres españolas acudían con impuntualidad sistemática a las citas con sus novios o amigos. Presentarse puntualmente «no estaba bien visto». Un tanto indolentes, al costarnos bastante arrancar para el inicio del trabajo, sobre todo después de la siesta, dejamos las cosas para el día siguiente. Tal como reflejó Larra en el Vuelva usted mañana. Estamos siempre contando los días que nos faltan para jubilarnos.

Orgullosos, como el hidalgo del Lazarillo de Tormes, por ello alegamos no saben ustedes con quien se la está jugando. Pretenciosos vivimos muy atentos a las apariencias y por encima de nuestras posibilidades, ya que nos preocupa sobremanera el qué dirán. Chismosos, como demuestra la popularidad de programas televisivos basados precisamente en el chismorreo. Chapuceros, por ello nos cabe el orgullo de haber inventado la chapuza, hija de la improvisación y prima carnal de la irresponsabilidad. Bebedores, ya que no sabemos celebrar un acontecimiento, igual da que sea una boda que un entierro, a no ser con una copa.

¡Ah, casi se me olvidaba! Vivimos en un tsunami de corrupción. Plaza, La Muela, Consejo Regular del Jamón de Teruel, Marbella, Gescartera, Forum-Filatélico, Filesa, Púnica, Gürtel, Acuamed, Noos, Andratx, Arena, Lezo, Eres, Federación Española de futbol, SGAE… Todo estos casos los han realizado españoles, no marcianos. Para la catedrática de Filosofía Moral Victoria Camps «cuando hay corrupción existe la complicidad del grupo político y también la de toda la sociedad». Y es así porque carecemos de unos valores éticos claros, en torno a los cuales organizar nuestra convivencia. En un reciente artículo Azúa decía: «Durante los periodos de corrupción general, como en nuestros últimos quince años gracias a la inflación del ladrillo, toda ella contaminada de hez mafiosa y protegida por los intocables locales, no hay izquierdas ni derechas, sólo prostituidos y maceréis». Termino con una pregunta de Iñaki Gabilondo en un debate sobre el tema: «¿Ha cambiado realmente la sociedad o pagaríamos de nuevo corrupción a cambio de prosperidad?».H

*Profesor de instituto