Hablar sin aportar significados relevantes, o referirse solo a lo que al emisor le interesa, callando a la vez lo que no le interesa, es una habilidad que dominan a la perfección los diplomáticos profesionales y los políticos de casta. A la vista de la prédica que el actual Papa echó a los periodistas sobre las personas que funcionan sexualmente como los conejos, en el avión que lo trasladaba de Filipinas a Roma, no hay más remedio que admitir que también domina ese tramposo arte a la perfección. Como es bien conocido, el Papa dijo a los periodistas: "Hay quien cree que para ser buenos católicos, perdonad la expresión, debemos ser como conejos. No. La respuesta es la paternidad responsable". Incluso se atrevió a decir que hoy un matrimonio responsable no debería tener más de tres hijos. No sé cuál fue el motivo de esa improvisada prédica y también desconozco por qué a continuación no narró los métodos que él aconseja para controlar la natalidad. Al haber callado cuáles son esos métodos, he supuesto que únicamente pueden ser las que están contenidos en la Encíclica Humanae Vitae, promulgada por el Papa Pablo VI en julio de 1968, complementados posteriormente en la exhortación apostólica Familiaris Consortio y Evangelium Vitae de Juan Pablo II.

Después de leer varias veces esos documentos papales, he podido constatar que la iglesia católica solo acepta dos métodos anticonceptivos para los matrimonios (las relaciones sexuales entre personas solteras no están contempladas): copular solo en los períodos infecundos de las mujeres y la abstención sexual. He de confesar que me he quedado sorprendido porque yo pensaba que el uso del preservativo, de la píldora y de otros modernos métodos estaba admitido por la doctrina oficial católica. Por consiguiente, hay que suponer que las vías lícitas para evitar que los católicos actúen sexualmente como los conejos, son esas dos.

Por lo que respecta a la abstención sexual, hay que reconocer que es la más efectiva (muerto el perro, se acabó la rabia), aunque mucho me temo que a muchas personas, por muy católicas que sean, les será muy difícil reprimirse. Por otra parte, suponiendo que sea verdad, como afirman los expertos en el tema, que las relaciones sexuales son uno de los recursos naturales más eficaces para que las personas se sientan satisfechas consigo mismas, recomendar la abstención sexual no deja de ser una prescripción, cuando menos, bastante dañina para el equilibrio emocional.

Por lo que se refiere al mantenimiento de relaciones sexuales con la pareja solo en los períodos infecundos de la mujer, aparte de obligar a los matrimonios a copular en los períodos en que las mujeres sienten menos necesidad, es sumamente conocido que ese método anticonceptivo, ideado por el médico japonés Ogino en 1924 y perfeccionado cuatro años más tarde por el austriaco Hermann Knauss, no es demasiado seguro, sobre todo en aquellas mujeres con menstruaciones irregulares, bien sea por disfunciones endógenas o exógenas. Al menos, tan inseguro como el clásico de la marcha para atrás. Por ello, este método anticonceptivo ha sido catalogado por algunos expertos como el menos eficaz de todos los existentes. Un riguroso estudio realizado sobre 221 mujeres y publicado en el British Medical Journal únicamente le otorga una fiabilidad del 30%, lo cual explica que el mundo esté poblado de millones de niñas y niños oginos.

Desde mi punto de vista, lo más inquietante es que la iglesia católica todavía siga sin aceptar el uso del preservativo y de otros métodos mucho más modernos y seguros, aun sabiendo que los usan millones de parejas católicas en todo el mundo. Aun me resulta más increíble que un papa como el actual, que tantas y tantas veces ha dicho que la iglesia tiene que alinearse con la realidad de los nuevos tiempos, no haya derogado los documentos doctrinales a que aludía al principio, aceptando la multiplicidad de métodos anticonceptivos existentes hoy en día. Incluso me parece tremendamente hipócrita que el cardenal Óscar Rodríguez, mano derecha del Papa, diga en unas declaraciones públicas que hoy, dentro de la colectividad católica, tenemos separaciones, madres solteras, o parejas del mismo sexo y que, por consiguiente, son necesarias respuestas acordes a esas realidades y, sin embargo, en el ámbito del control de la natalidad la doctrina oficial católica continúe a espaldas de esa realidad.

Sean cuales fueren los motivos de esa postura retrógrada e hipócrita, lo cierto es que, a juzgar por los artículos y comentarios que han aparecido en diversos medios de comunicación parece bastante evidente que la locuacidad y campechanía de este Papa le han jugado una mala pasada esta vez, tanto por haber comparado la sexualidad humana con la de los conejos, como por el daño que sus palabras han causado a algunas familias numerosas. Esa impresión la corroboré leyendo una carta enviada por un padre de familia a un diario, en la que decía sentirse muy frustrado al conocer ahora que no son mejores católicos los matrimonios que tienen muchos hijos, siendo que a él siempre lo habían puesto como ejemplo de buen católico por el hecho de haber concebido cinco vástagos.

Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza