La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, tiene que estar trinando con esa oferta de Pablo Iglesias a Iñigo Errejón para ocupar la alcaldía de Madrid, como si la rutilante regidora de Podemos no existiera, hubiese dejado de regir o no fuera de Podemos. Imagínense cómo se sentiría Pedro Santisteve si Iglesias hubiese ofrecido la alcaldía de Zaragoza a Pablo Echenique...

Yo creía, ingenuamente, que en las nuevas izquierdas estas cosas tan de antes no se hacían, y que los cambios de cromos y puertas giratorias, los cambalaches, las compensaciones e intrigas pertenecían al pasado, o al presente de las castas que todavía lo son; pero, he aquí, los viejos vicios van calando en jóvenes pecadores y el círculo de tiza caucasiano de la política española se va cerrando una vez más en torno a los mismos giros de muñequilla, para acabar en uno que otro dedazo, como ése de alcaldear con Errejón sin permiso de las bases.

Iglesias, el agitador, anda un tanto perdido desde que entró al Congreso de los Diputados por la puerta grande porque, como todos los propagandistas, y él es brillante, revive y alienta a la luz de los focos, del plató, de la tribuna o del mitin, pero desfallece en la penumbra de los escaños, a la mortecina luz de los procesos administrativos, y sus ánimos, menos galvanizados en campañas que en intrigas, comienzan a desmayar en la vigilia de la oposición, en la rutina parlamentaria, en las comisiones del Congreso, donde nunca pasa nada, o muy poco, y se pretende que no pase... (véase, si no, la filosofía política de Rajoy, aplicada... ¿a qué?).

Siempre se ha dicho, y por eso mismo es muy cierto, que una cosa es triunfar en las elecciones y otra muy distinta gobernar. Y no porque Podemos no gobierne, que ya tiene bastones y taifas. Pero llama poderosamente la atención que Iglesias no elogie o apoye más a aquellos de los suyos que están gestionando, Santisteve, en Zaragoza, José María González, en Cádiz, o la madrileña Carmena, a la que ya, recién llegada, acaban de imprimir fecha de caducidad. Al radicalizarse, y hace bien, Iglesias va viendo cómo poco a poco sus más moderados fieles le van abandonando por un horizonte de pragmatismo y continuidad, por el sueño de establecerse como partidos referentes y profesionales de una política sin sobresaltos ni revoluciones.

El sueño de la razón de Podemos está creando monstruos.