Es más, dudo que lo sea algún día. El problema. Quizás quepa concluir que tampoco va a ser la solución. Pero pretender que la existencia de Podemos (Unidos Podemos, si nos atenemos a las últimas elecciones generales) supone hoy algún tipo de amenaza o es responsable de las últimas calamidades es una mera añagaza argumental, una ficción elaborada por quienes están interesados, por distintos motivos, en impedir la recuperación del pulso democrático.

Podemos es la consecuencia lógica de la desafección y el desencanto producidos por la perversión de los principios (democracia, derechos, pacto social) que inspiraron hace 40 años el proceso de transición. La debilidad de la sociedad civil, la degeneración de unos partidos demasiado poderosos y los cambios globales en el ámbito económico desembocaron en el 15-M. Y después de aquel movimiento, inequívocamente político, la aparición de una nueva marca dispuesta a llegar a las instituciones desde las plazas era cosa hecha. Ahora bien, el partido resultante, por muy mesiánicos que pretendan ser algunos de sus dirigentes y cuadros, habrá de evolucionar de acuerdo con sus propios impulsos. Como el PSOE, perjudicado por la redistribución de los espacios electorales a la izquierda, tiene en su mano renovarse... o morir.

Podemos, Izquierda Unida y otros partidos y movimientos gobiernan los llamados «ayuntamientos del cambio». En la práctica totalidad de dichas instituciones la deuda ha bajado (es ya un hecho reconocido oficialmente), no se ha producido ningún desastre (a diferencia de lo que pasó con gobiernos de otros colores) y no es cierto que se estén perdiendo allí inversiones o proyectos de algún tipo (salvo que alguien esté pensando en pelotazos, neociudades-casino o cualesquiera otros negocietes al uso). O sea que tampoco parecen ser las carmenas o los santisteve la versión actual de Atila y sus hunos. Los bárbaros demostrados fueron otros. Bárcenas no fue el tesorero de Iglesias. Cajamadrid o la CAI no las reventaron ni Monedero ni Echenique. Así de simple.