Hasta que en 1908 dos médicos austríacos descubrieron los misterios del origen de la menstruación, la fisiología femenina (desde Galeno) era solo cuestión de ignorancia y superstición. Ojo, cito a un científico del siglo II a.C. pero todavía hoy muchas mujeres no hacen mahonesa ni se bañan esos días. Esa fecha supuso uno de los mayores avances femeninos, pues la industria trabajó en la fabricación de toallas desechables aunque con poco éxito, porque publicitar compresas era muy desagradable hasta que las enfermeras las popularizaron durante la II Guerra Mundial. Hasta entonces, las mujeres del imperio romano habían utilizado lanas, las japonesas papel, las persas, paja y las africanas, barro o rollos de hierba. Las españolas usaron trapos reutilizables hasta que en los 60 se popularizaron las compresas, y los tampones un poco más tarde. Ah, los tampones, qué gran avance que permitía a las mujeres bañarse en la piscina o en el mar sin testigos indeseables. Los primeros se fabricaron en 1929 y un año después se comercializaron las copas menstruales con nulo éxito como podemos apreciar 86 años después, cuando un grupo de mujeres anticapitalistas tratan de imponerlas casi a la fuerza en España. Nadie duda de que estos pequeños artefactos son más ecológicos y más económicos que la celulosa, pero suman muchas contraindicaciones con dispositivos intrauterinos y otras servidumbres que llevan aparejadas las relaciones sexuales entre distinto sexo. Que parece que se olvida que es la práctica más común. Periodista