El calendario se llena de días destacados, de efemérides que afectan siempre a los más desfavorecidos y, lo peor de todo, es que los problemas siguen sin solucionarse por mucho que se recuerden. Al paso que vamos no quedarán días libres para señalar. Este martes pasado se conmemoraba el Día Mundial del Refugiado. Han pasado 16 años desde que Naciones Unidas decretara la fecha del 20 de junio, y el problema va a peor. Según las cifras dadas por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) se estima que hay unos 65 millones de desplazados por peligro de muerte, comparable con la población que tiene Reino Unido. Ver cada día como mueren en su intento por salvar la vida, no deja de ser estremecedor y paradójico. La política internacional junto con los organismos oficiales produce una enorme inseguridad, no toman acuerdos eficaces para solucionar los conflictos y Europa va asumiendo, con cuentagotas, su cuota de refugiados, cual si fueran numerus clausus. Pero no todos lo hacen por igual, y se nota cuando se viaja quien da apoyo y quién no. Hay que reconocer que es complicada la integración y no sirve abrir las puertas, recibirlos y luego dejarlos al albur de buscarse la vida. Las distintas organizaciones que se dan en Aragón para atender al refugiado realizan una labor encomiable, gracias a ellas y a otras que se distribuyen por España, muchas de estas personas consiguen vivir en nuestro país, aunque los recursos económicos que tenemos, gracias a la cuadrilla de mangantes que nos rodea y a muchos otros factores, estén hipotecados. Lo importante es que el ser humano reacciona. La solidaridad, el buen vecino que ayuda hacen posible que sea más llevable. Quizá, en el fondo, somos mejores de lo que pensamos.

*Pintora y profesora