Entre los principios de una democracia representativa existe uno que resulta fundamental: el de la igualdad de voluntades. Es decir, ninguna idea se impone por encima de las otras, todas son igualmente válidas. Tras el debate y la discusión se adoptan las decisiones, que no aspiran a ser verdades absolutas, sino que son las que representan a la mayoría. Vivimos en un país en el que demasiadas veces desde los partidos se quiere hacer creer que existen voluntades que están por encima del resto. Pero al final el normal funcionamiento democrático de las instituciones pone las cosas en su sitio. El PP ha pecado muchas veces de creerse con unas ideas superiores a las del común de los mortales y que eso sería suficiente para mantenerse en el poder, aun a costa de socavar los principios más básicos de la calidad democrática. Conviene no creerse intocable o bendecido por los aires de la verdad. A los populares les ha costado esta semana la presidencia del Gobierno. Es fácil imaginar a Rajoy mascando con sordina su desgracia y lamentando la inconsciencia del resto de partidos, incapaces de comprender que sus ideas son superiores a las del resto. Algunos partidos de nuevo cuño, como ZeC, también olvidaron el principio de igualdad de voluntades. Así les ha ido. Han tardado tres años en darse cuenta de que no existen voluntades mejores. Y que la aritmética y el debate son a veces tozudos. Si no que se lo digan a Rajoy, perdido en el inmovilismo y la corrupción, ensimismado en voluntades que creía superiores.

*Periodista / @mvalless