José Mota, el genial cómico, nunca había dormido en saco. Solo en sábanas blancas. Se ve que no acampó en su juventud, al lado de un río o de un pantano, con el espíritu latiendo porque era la forma de sentirse libre y sobre todo, sentirse fuera de la mirada paterna.

Eso le cuenta a 25 grados bajo cero a Jesús Calleja, un aventurero que ha hecho de su pasión una profesión. Calleja se acerca a un famoso y le propone participar en una locura. A José Coronado se lo llevó a la India y a José Mota al Ártico, a cuatro metros del Polo Norte. No me extraña que el humorista tuviera momentos de verdadero acojone.

Todo eso forma parte de Planeta Calleja (Cuatro), una fórmula para sacar de quicio (en el sentido textual de la palabra) a personajes de relieve, y situarlos en condiciones insólitas. Desconozco por qué acepto Mota, pero es cierto que de vez en cuando se dejaba extasiar por el paisaje o le quedó tiempo para ofrecer algunas imitaciones, menudo valor. Lo llamativo del programa es que logra que estos famosos consigan darse cuenta de que viven en un éxtasis laboral casi insoportable, que les impide la pausa y la reflexión. Todos admiten que ese viaje les va a cambiar la vida; y no es el primero que ha participado. En otra entrega lo hizo José Coronado.

Yo no hubiera aceptado ni loco. Odio el frío. Y odio tener que disparar contra un oso, que fue una posibilidad. Con un rifle. Sigo pensando que se fueron demasiado lejos para encontrarse. Pero si no es así, no hay espectáculo.