Perder esta investidura no parece haber impresionado demasiado a Mariano Rajoy. Por insuficientes que hayan resultado los 170 apoyos obtenidos en el Congreso, lo más importante para él es que el viento le sopla favor, y ha adquirido una posición dominante en el tablero. Ni siquiera le inquietan los juicios orales que se abrirán las próximas semanas y afectan a personajes del PP. Solo hay que ver cómo pretende recolocar en el Banco Mundial al dimitido Soria. Da por hecho que su corrupción está amortizada y entendida por la opinión pública.

Es curioso que exista una especie de convencionalismo, o norma implícita, por el cual el bueno de don Mariano puede adobar una sesión parlamentaria con bromas, ironías y perogrulladas supuestamente graciosas... que en boca de otros serían consideradas un menoscabo a la dignidad del Congreso y una frivolidad inaceptable. De ahí que el jefe del PP haya sido objeto de las más impúdicas alabanzas por su actuación del miércoles, descrita por los analistas adeptos (que cada vez son más) como una exhibición retórica exquisita.

Rajoy puede presionar, pero no ser presionado. Puede utilizar a placer y sin disimulo los recursos públicos (desde RTVE hasta todos y cada uno de los ministerios) para llevar agua a su molino, intimidar a los adversarios u obtener ventajas actuando simultáneamente como jugador y árbitro. En su nombre, Guindos y Montoro amenazan, boicotean (por ejemplo al Ayuntamiento de Zaragoza), maniobran en la oscuridad y auguran los mayores males si no se les deja a ellos y a su líder seguir manejando el país a su antojo (y al de los jefes de la UE).

Nadie puede ni debe hablar con los nacionalistas periféricos... salvo el PP si necesita, por ejemplo, poner al frente del Congreso a un alter ego femenino de su ínclito presidente. Incumplir el déficit, incrementar la deuda pública por encima del cien por cien del PIB o vaciar la hucha de las pensiones son pecados de lesa patria... excepto si han sido perpetrados por quien se presenta como el artífice de la "recuperación económica". Rajoy manda.

Salvo que le paren los pies.