No habíamos caído en que después de la crisis de Gobierno (¿o deberíamos decir de Desgobierno?) iba a ser preciso reformar los presupuestos de Aragón, que ya habían llegado con enorme retraso y justo ahora estaban en tramitación parlamentaria. Con este metisaca de las cuentas, la aprobación de las mismas se queda para bien entrado el mes de febrero (en el mejor de los casos). A semejante ritmo llegaremos a la próxima primavera, se habrá cubierto el primer año de la actual legislatura y podremos decir que la maravillosa Tierra Noble ha cubierto tal periodo sin una mala acción ejecutiva (política, se entiende) que llevarse a la boca. El Pignatelli ha evolucionado más allá de cualquier previsión inicial hasta llegar a ser una especie de Limbo absoluto, donde la vida discurre a cámara lenta y nadie se da mal por nada (o por casi nada). Biel ha colocado su pieza en el ejecutivo autónomo. Investigación (por un lado) y Medio Ambiente (por otro) han sido convertidas en asuntos secundarios. Y la presidenta Rudi deja pasar el tiempo con la languidez de una heroína romántica.

Llegaron los Reyes Magos. La prima de riesgo repuntó. A los de ILD (en paradero desconocido) les han embargado las opciones de compra de las tierras de Ontiñena donde debía ir Gran Scala (¡este esperpento no acabará nunca!). Arturo Aliaga, gran valedor del quimérico Nuevo Las Vegas., vuelve a ser consejero de la DGA (a ver que nuevo proyectico nos trae esta vez). Gustavo Alcalde ha sido nombrado delegado del Gobierno. Rajoy anuncia que luchará contra el fraude fiscal (aunque, en realidad, él no anuncia nada porque permanece en la sombra y es Soraya quien nos traslada sus altos designios). La prima de riesgo vuelve a ponerse cachonda tras Navidad.

Yo comprendo que no es fácil gobernar en estos tiempos. No lo fue para los de antes (que patinaron de forma clamorosa) y no lo va a ser para los de ahora, cuyas vagas promesas de las dos últimas campañas (la de mayo y la de noviembre) han caducado ipso facto. Tal vez por eso nuestra Luisa Fernanda ha tomado distancias. Nombra, desnombra y vuelve nombrar. Lo cual, reconozcámoslo, resulta agotador.