Lo peor de todo es que los VIPs de este bendito país están decididos a no aprender ninguna lección. Y tras ellos vamos los demás en manada. Los banqueros rebañando la pasta pública, los de la CEOE descargando la suerte sobre los trabajadores, los jefes y mandaos del PP clamando por los EREs andaluces, los administradores del arruinado PSOE usando como réplica el mamoneo insular-levantino, los monárquicos defendiendo la presunción de inocencia de Urdangarín y señora, la gente de orden aceptando con deportividad la absolución de Garzón (¡ja, ja!, de todas formas el juez ya había sido puesto fuera de juego)... Pero nadie quiere asumir la parte que le toca en los delirios que nos llevaron a esta crisis.

Las tertulias televisivas comentan el último proyecto para levantar un Eurolasvegas junto a Madrid o Barcelona. Famosos periodistas españoles hablan del asunto con patética seriedad, tragándose semejante estoque hasta la bola. Salen a relucir las alarmas activadas por Roberto Saviano (el autor de Gomorra), quien adelantó que una gran ciudad del juego y el ocio adulto en España vendría a ser el perfecto caldo donde proliferasen las mafias. Y entonces escuchas cómo una de mis colegas replica que, bueno, vale, sí... pero ¿por qué hemos de asustarnos ante la llegada del crimen organizado si éste ya lleva años haciendo negocios en nuestro litoral mediterráneo?. O sea, ya que no hemos sabido mantener alejados a los grandes delincuentes internacionales, mejor les hacemos una estupenda pista de aterrizaje, les creamos un enclave al margen de la Ley convencional, les recibimos con banda de música y les abrimos de par en par la puerta de las instituciones. Todo sea por las inversiones y los puestos de trabajo, oye.

Que esa mamarrachada del Nuevo Las Vegas esté fascinando ahora a políticos, empresarios y periodistas de postín es el síntoma de una enfermedad en constante agravamiento. Demasiada gente importante sólo espera volver a construir primeras y segundas residencias, a pegar pelotazos, a disfrutar del circo, a evadir impuestos, a comer mierda... El cielo se ha precipitado sobre nuestras cabezas y todavía le ponemos velas al ángel de la guarda.