Ayer, por fin, condenaron los jueces a Carlos Fabra, expresidente de la Diputación Provincial de Castellón, padre de la diputada Quesejodan, constructor de aeropuertos sin aviones y desde ahora corrupto oficial del reino. Al poco de conocer la sentencia pidió su baja en el PP. Unas horas antes, la secretaria general de dicho partido, María Dolores Cospedal, había negado una vez más la ya famosa contabilidad en B, que el juez Ruz ha dado por cosa evidente. Bueno, el juez y cualquier persona en su sano juicio que haya seguido con alguna atención las informaciones sobre los papeles de Bárcenas y otros indicios que incluyen los famosos 200.000 euros que presuntamente aforó Sacyr por la contrata de la limpieza de Toledo, en territorio de la citada Cospedal.

Todo lo cual me llevó a recordar la intervención del profesor (de Filosofía) José Luis Rodríguez en el seminario sobre la corrupción en España celebrado la semana pasada bajo los auspicios del Taller Historia de la Facultad de Letras. Rodríguez llamó la atención sobre la manera en que la mentira ha sido definida como virtud política por innumerables teóricos de la modernidad, desde Maquiavelo hasta Schopenhauer. Ocultar la verdad, disfrazarla y pervertirla ha sido para muchos autores una necesidad ineludible del gobernante. No solo porque mentir es una forma de conservar el poder y alienar a los súbditos, sino porque se ha creído (y se sigue creyendo) que las masas no podrían afrontar la realidad tal cual es, no resistirían las consecuencias de ciertas revelaciones. Resulta de lo más significativo que ayer mismo el periodista Raúl del Pozo abordara el mismo tema en la contraportada de El Mundo usando esta vez como referencias (positivas) a Shakespeare y a Conrad.

Personalmente, cada vez estoy más convencido de que sin transparencia la corrupción pública y privada (que son una sola) está servida. La mentira permite a los auténticamente poderosos (sean políticos, banqueros o grandes empresarios) robar con absoluta impunidad. Aunque ellos, por supuesto, no se consideran a sí mismos ladrones. Ni mentirosos.