Quedan dos años hasta las próximas elecciones generales, autonómicas y municipales. Y las incógnitas sobrevuelan esta atormentada España de nuestros días. Tales interrogantes se resumen en dos: si el PP conservará o no su hegemonía en las urnas, y si la resistencia ciudadana en la calle rebrotará o se irá apagando. En realidad, está todo tan movedizo e inestable que es difícil hacer conjeturas incluso a corto plazo. ¿Se saldrá Rajoy con la suya? ¿Reaccionará la gente de a pie? ¿Qué pasará con la izquierda?

En el tablero de juego electoral aún no están colocadas todas las piezas. El PP aspira a situarse en posición de ventaja creando la sensación de que la crisis está pasando, advirtiendo a los votantes de que para consolidar la presunta recuperación no cabe cambiar de caballo en medio de la carrera (don Mariano es el jamelgo, claro) y manipulando los medios públicos (y no pocos privados), así como las leyes, la judicatura, el aparato del Estado y cuanto haga falta. En Génova, además, deben estar rezando novenas para que Rubalcaba siga al frente del PSOE hasta el último minuto. Pero la cosa tiene su aquel. En primer lugar porque, si pierde la mayoría absoluta, Rajoy las pasará canutas para encontrar con quien coaligarse (a UPD y Ciutadans no se les ve muy proclives a dejarse abrazar por el oso). En segundo, un socialismo medio renovado aún tendría alguna posibilidad de mantener mal que bien la posición (véase el fenómeno Susana Díaz), y todavía están Izquierda Unida y otros para rellenar huecos.

En cuanto a la calle... Hombre, está claro que la cosa no pinta muy bien ni para los empobrecidos y semicomatosos sindicatos (en particular esa UGT a la que le ha salido en Andalucía un absceso purulento y peligrosísimo) ni para las mareas y otros movimientos espontáneos (carentes de una organización y una dinámica estables). Pero si el Gobierno se empeña en legislar barbaridades, recortar las libertades, anular los derechos y empujar al personal hacia el abismo, ojo no haya una rebelión ciudadana en toda regla.

Quedan dos años. Mucho, muchísimo tiempo. Puede pasar de todo.