Que UGT sufra las consecuencias de sus sinvergonzonerías andaluzas es tan lógico como que a Rubalcaba no le dejen hablar los antidesahucios y los quincemayistas. Ni campaña ni escraches ni gaitas, son gajes del oficio y la consecuencia directa de haberse creído que, por ganar algunas elecciones, la tibia socialdemocracia española (política o sindical) podía jugar con las sucias reglas de los poderosos de toda la vida: la vieja, omnipresente y cruel derecha. Esa misma derecha que ríe feliz cuando escucha a la izquierda radical gritar ¡PSOE, PP, la misma mierda es! Porque a los conservadores españoles no les inquieta gran cosa la descalificación absoluta de todos los políticos. Ellos, en realidad, también desprecian la política, lo suyo es mandar y ganar dinero.

Equiparar a PP y PSOE es una boutade antisistema. No porque los socialistas sean o hayan sido ninguna maravilla, sino porque entre ellos y los otros median notables diferencias que vienen de lejos. La relación histórica con el poder es distinta; la forma de ejercerlo, también. ¿Podrían hoy los activistas del 15-M que abuchearon a Rubalcaba volver a ocupar las calles, acampar en las plazas y lanzar sin trabas su desafío? ¿Por qué no intentan hacer con Fernández Díaz lo que hicieron con ese que ahora abroncan?

Por supuesto hay similitudes: exaltos jefes de PP y PSOE, por ejemplo, se codean en los consejos de administración de las grandes empresas (eléctricas, constructoras, bancos, telefónicas), y ambos partidos han producido clamorosos casos de corrupción. Pero la práctica, el dominio y la impunidad bendicen más y mejor a quienes llevan siglos en esas ciénagas que a los ocasionales advenedizos.

Cuando las mareas deben defender hoy los modestos hitos del Estado del Bienestar obra del PSOE, cuando la desafección a sindicatos y partidos encaja perfectamente en los imaginarios ultraliberales... si alguien de la izquierda-izquierda cree que sacará algo en limpio del naufragio socialdemócrata se equivoca de medio a medio. PP y PSOE son ambos un desaster, vale, pero no son, ni de lejos, el mismo desastre.