Lo de Eurovegas y el tal Adelson fue una broma desde el primer día. Cuando Madrid y Barcelona entraron en el juego y empezaron a competir entre sí por ver dónde se instalaba la penúltima quimera ibérica, los respectivos proyectos nacionales (de España-España y de Cataluña-Cataluña) se retrataron de cuerpo entero. Hay que ser memo, logrero y pardillo para creerse estas películas sobre macrociudades del ocio y el juego, megainversiones y demás cuentos mafiosos.

Eurovegas fue Gran Scala... a gran escala. Los asesores de Adelson estudiaron el caso aragonés y vieron que España ofrecía las condiciones perfectas para montar un negocio de expectativa con todas las bendiciones institucionales. Si unos fulleros de medio pelo habían tenido en vilo al Gobierno y a las fuerzas vivas de la Tierra Noble, ¿qué no obtendrían ellos, siendo auténticos tahures de Las Vegas? No iban desencaminados. Desde su desembarco se pasearon por doquier presumiendo, prometiendo y seguramente deshuevándose para sus adentros. Que si 30.000 millones de inversión, que si 150.000 puestos de trabajo... Por supuesto querían un marco legal ad hoc y financiación, ojo, que estos aspiran ganar mucho sin poner nada. Los gobiernos (de España, de Madrid y del ayuntamiento capitalino) se mostraron dispuestos a todo. Pero, ¡ay!, ya no eran los buenos tiempos de Cajamadrid ni había boom inmobiliario ni las Olimpiadas se pusieron de cara. Adelson y sus amigos empezaron a ver que aquello no chutaba.

Ahora el magnate del vicio dice que se va. Antes había pedido la luna (exclusividad en el manejo del negocio, irreversibilidad de los cambios legales, derecho a decidir qué operadores entraban en la partida), hasta que Rajoy y sus mariachis madrileños, que tanto le habían comido los tajos bajos, tuvieron que negarse (la UE no iba a permitir semejante orgía). Y se acabó. Ahora habrá llanto y crujir de dientes como si se hubiese perdido algo, cuando ahí no había nada. Muchos se caerán del guindo (y disimularán). Algunos aplaudirán la firmez del Gobierno. Yo me río a carcajadas. En verdad, este es un país simpático.