Imputados por el prolijo caso Plaza aseguran que están "muy tranquilos". Tururú. El PP, tras hacerse el longuis, ha visto que el tema ya está maduro, ¡sabrosísimo!, y puede convertirse en un argumento de largo y profundo recorrido a la hora de minar las escasas fuerzas del PSOE aragonés. Los de Rudi han decidido finalmente personarse en las causas relacionadas con la Plataforma Logística. Al tiempo, la gente del Marcelinato cruza los dedos y toca madera porque ya tiene en capilla a uno de los suyos (Carlos Escó, hombre fuerte del clan altoaragonés y cónyuge de la frustrada heredera, Eva Almunia). Los socialistas de cualquier familia ven con aprensión cómo los focos se centran en la conexión Agapito-Iglesias, aquella descarrilada operación que integró el fútbol espectáculo, la política de escaparate y el burbujeo inmobiliario.

En este despiece de Plaza, la pista García Becerril se confunde ya con la pista Agapito. Y esa confusión ha creado un laberinto que va más allá del peloteo de facturas ad-hoc a la guardería de las hijas del exgerente. Para colmo, lo que averigüe la UDEF (Unidad de Delitos Económicos y Fiscales) puede acabar cruzándose con las investigaciones de la UE sobre las improcedentes ayudas públicas a los grandes equipos de fútbol españoles. Porque el Zaragoza ya no es ni de cerca un gran equipo, pero está acreditado que su propietario, respaldado en su día por quienes entonces señoreaban el Pignatelli, se benefició de avales (que ahora caen a plomo sobre las arcas públicas aragonesas), subvenciones directas e indirectas (como la que durante años le llegó a través de Aragón Televisión), recalificaciones de suelo y presuntas mordidas (sobreprecios en la construcción de naves para Plaza, que de momento totalizan casi treinta y tres millones de euros).

Por no hablar del otro aspecto de la conexión: el fichaje por parte de Agapito de personas muy relevantes tanto en el organigrama del Gobierno que presidía Iglesias (léase Eduardo Bandrés) como en la propia Plaza o la Corporación de Sociedades Públicas (léase Santiago Coello). A ver quién nos explica todo esto. Porque alguien tendrá que explicarlo, ¿verdad?